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Pedro de Tena

Los subhombres

Todos los totalitarismos conocidos, religiosos o políticos, terminan por considerar "subhombres" a todos aquellos que no comparten sus puntos de vista.

Mario Vargas Llosa presenta 'La llamada de la tribu'. | Juan Pelegrín / Alfaguara

Ahora que ha muerto Mario Vargas Llosa, si es que alguien de su estatura puede morir del todo alguna vez, bueno será referirse a los subhombres. Líbreme Dios de venerar a nuestro conciudadano como a un superhombre. Habría abominado de una consideración así. Pero, desde luego, la confluencia de sus capacidades y de las oportunidades que supo aprovechar lograron hacer de él una de las personas más brillantes y enriquecedoras con la que hemos tenido la suerte de convivir.

Digo lo de los subhombres porque fue él quien se refirió a sí mismo de ese modo, aunque no fuera cosa suya sino de un amigo juvenil ya contaminado por el totalitarismo comunista. Ya se sabe que, durante la invasión irrefrenable de la adolescencia, cuando la ignorancia más o menos absoluta se une a la floración hormonal más inevitable y ciega, la división del mundo entre todo lo demás y uno mismo es la consecuencia lógica del ataque de narcisismo que se sufre, se sepa o no, y que es alimentado por los devotos de las tiranías.

En mayo de 2001, Vargas Llosa recibió el doctorado honoris causa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). En aquel acto confesó regresar por un momento "a las ilusiones de mi adolescencia, a mis exaltados diecisiete años", cuando ingresó en ella pese a la oposición familiar que hubiera preferido un destino académico menos crítico con el "sonambulismo político" que se vivía en el Perú dictatorial del general Manuel (Arturo) Apolinario Odría[i], que sirvió de marco a las Conversaciones en La Catedral.

Uno de los recuerdos de su estancia en la Universidad fue su pertenencia al Grupo Cahuide, que "era el último vestigio de un partido comunista segado por la represión, y, también, por la traición de un puñado de dirigentes que se vendieron a Odría. Yo no creo haber conocido a más de una quincena de miembros y mi militancia en sus filas no duró mucho, pero, sin embargo, aquella experiencia me marcó, me educó, me ilusionó y me defraudó de una manera tan profunda, que nunca se me ha olvidado".

Entre sus "irreductibles recuerdos sanmarquinos", mencionó en aquella sesión muy especialmente a la pareja formada por Lea Barba y Félix Arias Schreiber, esposa y marido después, "un terceto irrompible" (que Lea negaba) de jóvenes comunistas. Sectarios y polémicos, un día, tras una violenta discusión sobre el realismo socialista "Félix me lapidó de esta manera: ‘eres un subhombre’". Y añade el escritor que aquello le provocó una desazón que le fue inolvidable.

Todos los totalitarismos conocidos, religiosos o políticos, terminan por considerar "subhombres" a todos aquellos que no comparten sus puntos de vista, sus principios originarios o la concatenación de sus razonamientos o juicios de valor o sus preceptos o consignas. Ya sean los infieles del Islam o los "gentiles" del judaísmo y el cristianismo, los que no comparten las creencias fundamentales han sufrido ser tratados como subhombres. Fíjense que incluso entre nosotros se inventó el limbo, que era una clase de infierno, para acoger a quienes no habían tenido la suerte de una fe completa (hasta los niños muertos sin bautizar).

El cada vez más grande y decente Albert Camus, bien lejano a otros existencialistas a derecha e izquierda, se percató de que los totalitarismos de nuestro tiempo, el nacionalismo fascista o nazi y el comunismo, estaba necesitados de reducir a enormes contingentes de seres humanos a la categoría de subhombres, por distintos motivos y con diferentes fines, pero subhombres al fin y al cabo. Los nacionalistas necesitan excluir a los impuros por el bien propio de su tribu y los comunistas precisan separar o liquidar a los "alienados" o enemigos de clase o partido por el bienestar de todos, incluso por el de los subhombres, eso sí, en el futuro. Supremo nihil-cinismo.

Uno de los mecanismos psicológicos utilizados para promover la sumisión de los incautos cachorros deseosos de aprobación por parte de los iniciados en las verdades absolutas es la descalificación existencial, intelectual o moral. En tiempos de aquel jovencísimo Vargas Llosa, de un estalinismo sofocante porque corrían los años 53 y siguientes del siglo pasado, quien quería ser su líder de referencia lo llamó "subhombre", sencillamente por disentir en una discusión. En tiempos posteriores, se le hubiera descalificado con el sambenito de "burgués" o "reaccionario" o "facha" o "fango".

Tanto los santones del superhombre como los burócratas del hombre nuevo requieren la existencia de legiones de subhombres para justificar sus doctrinas, cómo no, científicas e irrefutables. En un caso, porque ese es su destino justo e insalvable y en el otro, porque, privados de la luz histórica que sólo ilumina a los elegidos de los Comités Centrales (y finalmente al Líder o Timonel Supremo), los más deben someterse (temporalmente, les mienten) en calidad de subhombres hasta que un día disfruten del paraíso de su nueva humanidad.

A lo mejor fue aquel desasosiego, el que vacunó íntima y espiritualmente a Vargas Llosa contra los enemigos de la libertad. En aquel mismo acto de su doctorado, lo dejó bien claro: "Una sociedad democrática puede ser y es, de hecho, siempre, cambiada y renovada desde adentro, para mejor y a veces para peor, pero sin odio y sin crímenes, con votos y argumentos, con diálogo y debates, con ideas y personas, sin bombas, sin asesinatos, sin secuestros, sin el estallido de brutalidad y salvajismo que terminan siempre por desencadenar las doctrinas totalitarias que se creen dueñas de una única verdad histórica y con derecho, por lo tanto, a abolir todas las otras e imponer la suya a sangre y fuego".

En esta España envilecida, vamos a echar mucho de menos su cultura de la libertad. Ya lo estamos haciendo.


[i] Parece que se le atribuye el nombre de Apolinario aunque no se sabe bien por qué.

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