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Mario Garcés

Todos hablarán de Francisco después de muerto

Francisco, a su manera heterodoxa, era un peronista de los pies a la cabeza, y, como tal, glosando a Borges, "eso no es ni bueno ni malo, es incorregible".

El papa Francisco. | EFE

Existe una tendencia mórbida e irreparable a santificar civilmente a los recién fallecidos, en una suerte de expiación "post mortem". Así en el cielo como en la tierra, Francisco no podía ser ajeno a esta catarsis. Hay quien dirá que no es el momento para hacer balance de su pontificado, y no seré yo el que niegue esa tesis. Ahora bien, lo que es un ejercicio de indecencia es ver cómo casi todos los políticos arden como ascuas cuaresmales en sus redes sociales presentando una imagen de Francisco escasamente acorde con la realidad, y basada en el cálculo electoral. Si además hay una fotografía, robada o no, con el papa difunto, miel sobre hojuelas de la estupidez. Por eso, que nadie pierda la perspectiva, ni siquiera en estas horas de luto para una gran parte de la comunidad católica.

Francisco, a su manera heterodoxa, era un peronista de los pies a la cabeza, y, como tal, glosando a Borges, "eso no es ni bueno ni malo, es incorregible". Su pensamiento era propio de un compendio de ideas propias de una "bolsa de gatos", como vocearía un argentino genuino del barrio de San Telmo en Buenos Aires. Pero esos gatos, preferentemente, eran felinos de la izquierda populista, algo así como un peronismo preternatural y primitivo, que exudaban un odio voraz contra el liberalismo.

En una entrevista con los autores del libro Aquel Francisco, el Papa Francisco les dijo: "Yo siempre fui un inquieto de lo político, siempre". Y explicó su historia política: "Vengo de familia radical, mi abuelo era radical del 90. Después, en la adolescencia, tuve también una incursión por el 'zurdaje', leyendo libros del Partido comunista que me daba mi jefa de laboratorio Esther Ballestrino de Careaga, una gran mujer que antes había sido secretaria del Partido revolucionario febrerista paraguayo". "En aquellos años la cultura política era muy fomentada. A mí me gustaba meterme en todos esos lugares. En tiempos de los años 1951 y 1952 esperaba con ansias que pasaran, tres veces por semana, los militantes socialistas que vendían La Vanguardia. Y evidentemente que acompañé, también, a grupos justicialistas".

Francisco, en una entrevista concedida a El País llegó a afirmar lo siguiente: "Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en Estados Unidos y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra patria tenemos una palabra para calificarlos: los ‘cipayos’. Es una palabra clásica, literaria, que está en nuestro poema nacional. El ‘cipayo’ es aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia argentina, por ejemplo, siempre hay algún político ‘cipayo’. O alguna posición política ‘cipaya’". Pudo pasar desapercibida esta expresión para muchos lectores, pero la utilización de la palabra "cipayo" era una descalificación que Perón utilizaba a todas horas.
Es evidente que Francisco consideraba que los "cipayos" eran unos liberales desencadenados, ahítos de fortunas y desprovistos de principios morales, tanto que cultivó las relaciones con Castro o con Morales, a los que incluía en la mística redentora de los pueblos oprimidos y de los movimientos populares.

Comenzaremos por Cuba. Francisco cuestionó la falta de una dimensión trascendente del hombre en el colectivismo marxista, la falta de libertad e iniciativa laboral en la isla, pero a su vez, condena el neoliberalismo, los excesos del capitalismo. Es cierto, pero en ningún momento criticó a Castro por el sistema totalitario impuesto en el país, que conlleva la sistemática violación de los derechos humanos y políticos del pueblo cubano.

Sigamos por Bolivia. El presidente Evo Morales le regaló un crucifijo con la hoz y el martillo, obra del Padre Luis Espinal, un sacerdote izquierdista, asesinado en los años 80. En ese gesto muchos creyeron ver un abrazo póstumo a la teología de la liberación, por parte de Francisco. En realidad, con ese gesto Evo Morales reconoció al Papa un liderazgo nunca reconocido a la Iglesia. No es extraño entonces que el político italiano Massimo D’Alema definiera al Papa Francisco como "el mejor líder de la izquierda". O los elogios de Pablo Iglesias o Yolanda Díaz, líder de Podemos de España.

Francisco era un ferviente promotor de los encuentros mundiales de Movimientos Populares. Los participantes de estos encuentros son gente de izquierda, dispuestos a destruir el sistema capitalista en sus países. Francisco los llama "pueblo", como dice el respetado vaticanista, el periodista y amigo Sandro Magister. "La palabra pueblo no es una categoría lógica, es una categoría mística", dijo Francisco a su vuelta de un viaje a México. Al poco tiempo, entrevistado por el también jesuita Antonio Spadaro, lo precisó. Más que "mística", dijo, "en el sentido que todo lo que hace el pueblo es bueno", es mejor decir "mítica". "Se necesita un mito para entender al pueblo", dijo. Tanto es así que no le dolían prendas en conchavear con las tesis anticolonialistas, además de refutar la misma esencia de los Estados-nación, sustituida por una visión folklórica del concepto legendario de "pueblo".

Por todo ello, intentar entender a Francisco desde una supuesta visión teológica es improcedente, porque creo humildemente que no la hay. Pero eso es otra historia y más cuando se pretende explicar a quien no quiere entender. En realidad, quizá todos estos años solo han sido paja, como dijo Santo Tomás de Aquino a su fiel Reginaldo. Con todo, descanse en paz Francisco.

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