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La guerra de Sánchez

Al final, cuando no pueda atender a tanto gasto comprometido, terminará viéndosele el cartón y no habrá rictus de galán de tres al cuarto que pueda ocultar tanta trampa.

Al final, cuando no pueda atender a tanto gasto comprometido, terminará viéndosele el cartón y no habrá rictus de galán de tres al cuarto que pueda ocultar tanta trampa.
Pedro Sánchez. | LD/ Agencias

Como todo ignaro, Sánchez cree que los demás lo son al menos tanto como él. Es de una cara dura impresionante salir del Consejo de Ministros a decir que va a gastar diez mil millones más en Defensa y que lo puede hacer por sí y ante sí, sin pasar por las Cortes, y sin recortar el gasto social.

El Gobierno está obligado a obtener del Parlamento la aprobación de cualquier medida que implique aumentar el gasto público o disminuir los ingresos (art. 134 de la Constitución Española). Teóricamente, el Gobierno no va a hacer ninguna de las dos cosas, pero, francamente, no es posible, considerando la suma de la que estamos hablando, gastarla en otra cosa de la prevista si no es por lo menos recortando el gasto social.

Luego, una de las partidas que nos ha presentado tiene por objeto incrementar el sueldo de tropa y marinería, es decir, estará destinada, como siempre que gasta dinero Sánchez, a comprar votos. Esto es un fraude ya que, a pesar de implicar un aumento del gasto en defensa, no conlleva una mejora de nuestras capacidades. La forma correcta de gastar ese dinero habría sido destinarlo a reclutar más soldados a los que se les pagaría el sueldo actualmente fijado.

Llama la atención la lluvia de millones que regará a las empresas de telecomunicaciones, supongo que muy especialmente a Telefónica e Indra, dos de las compañías que elaboraron gratis total el programa para la cátedra de Begoña Gómez y de la que luego ésta se apropió. Con ese dinero podrá Telefónica montar Tele-Pedro para que el presidente salga, en un programa del corazón dirigido por Silvia Intxaurrondo, anunciando que no hay marido más enamorado de su mujer que él. Y lo repondrán en bucle intercalando anuncios de Telefónica y la Caixa.

Y finalmente, lo más cómico, a fuer de patético, es lo de Sumar, que se opone a lo que se aprueba en un Consejo de Ministros del que forma parte y se limita a poner "objeciones" como si estuviera en una asamblea universitaria en la que no tuviera la mayoría. Si el presidente fuerza en el Consejo la aprobación de una medida con la que no se está de acuerdo, lo digno es dimitir. Mucho más, cuando se trate, como es el caso, de un asunto del que se ha estado haciendo bandera hasta la saciedad desde los tiempos del "no a la guerra". Si no lo hacen es sencillamente porque prefieren, antes que atenerse a sus principios, seguir cobrando el sueldo de ministro y continuar disfrutando de las sinecuras adjuntas al cargo, no obstante el descrédito, el desgaste electoral y el flagrante oprobio.

En lo que no ha caído Sánchez es en que, con una cosa parecida a ésta, Zapatero se fue al guano cuando le obligaron desde fuera a congelar pensiones y salarios. Esto no es lo mismo porque los recortes que va a tener que hacer puede irlos camuflando con su verborrea de doctorando analfabeto. Pero, al final, cuando no pueda atender a tanto gasto comprometido, terminará viéndosele el cartón y no habrá rictus de galán de tres al cuarto que pueda ocultar tanta trampa. Mientras tanto, recemos para que Rusia se olvide de nosotros y no tengamos que ir a la guerra de verdad.

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