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El Vaticano, la geopolítica y el libre albedrío

Quizá no sea lo que más necesiten en general los católicos del mundo, pero hay algunos, los más acosados, a quienes les urge un papa que ame la libertad y esté dispuesto a luchar por ella.

Quizá no sea lo que más necesiten en general los católicos del mundo, pero hay algunos, los más acosados, a quienes les urge un papa que ame la libertad y esté dispuesto a luchar por ella.
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Es muy conocida la pregunta retórica de Stalin acerca del número de divisiones que tenía el papa. La formuló para exhibir su desprecio a nada que viniera del Vaticano, dada la renuncia de éste a respaldarlo con la fuerza. Es una paradoja del destino que fuera precisamente un papa, y encima polaco, quien se demostrara decisivo en el hundimiento de la Unión Soviética. Desde entonces, nadie ha cometido el error de despreciar el poder de la Santa Sede.

Es evidente que, para los católicos y para quien finalmente sea elegido papa en el cónclave que comienza este miércoles, la geopolítica no es una cuestión prioritaria. Sin embargo, precisamente porque no lo es y porque no es razonable esperar cambios revolucionarios en cuestiones de fe ni de doctrina, sí es posible que los haya en la actitud que el nuevo papa tenga hacia las dictaduras comunistas, aunque no sea para él algo de primordial importancia.

El papa recién fallecido, en su contrastada bondad y con la mejor de las intenciones, suscribió un acuerdo con el régimen chino por el que se le otorgó al partido comunista la facultad de nombrar los obispos que habían de ejercer su magisterio en aquel país, lo que podríamos calificar como cesión del derecho de investiduras. A cambio, cuarenta millones de católicos chinos pueden profesar su fe a plena luz del día y realizar manifestación de ella sin temer persecución.

No fue sin embargo la política de apaciguamiento desplegada por la socialdemocracia alemana de Willy Brandt la que hizo que la URSS se derrumbara y quedaran liberados los muchos países que estaban sometidos a su bota. Fue la confluencia de tres personajes que, cada uno a su estilo y con sus medios, se las tuvieron tiesas con el comunismo. Fueron Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Los tres padecieron atentados. A Reagan y al papa les tocó en 1981 y los dos resultaron heridos.

La primera ministra británica salió ilesa de un tercer intento de asesinato en 1984 en el que fallecieron cinco personas.

Con independencia de que en el caso de China el acuerdo alcanzado esté tal vez justificado, otras dictaduras comunistas del planeta pueden creer que también a ellas ha de cederse el derecho a investir obispos. De hecho, el régimen sandinista está sometiendo a una terrible persecución a la Iglesia católica en aquel país a la espera de que el Vaticano ceda y le reconozca a Daniel Ortega el mismo estatuto que ahora disfruta Xi Jinping. Díaz Canel y Nicolás Maduro pueden seguir el mismo camino. Todo ello sin contar con las persecuciones que sufren los cristianos en algunos países de mayoría islámica. Quizá no sea lo que más necesiten en general los católicos del mundo, pero hay algunos, los más acosados, a quienes les urge un papa que ame la libertad y esté dispuesto a luchar por ella. No por casualidad será el líder de una religión basada, entre otras cosas, en el libre albedrío.

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