El Gobierno de Sánchez no va a caer por la presión de los partidos de la oposición o las portadas de los medios de comunicación libres, cuyas exclusivas sobre el entramado mafioso que rodea al sanchismo superan con creces los tiempos del felipismo, cuando todos pensábamos que España no podía volver a vivir una etapa de tanta bajeza. Pero los socialistas siempre sorprenden con nuevos personajes que empeoran las hazañas corruptas de sus predecesores, para que el PSOE nunca pierda la vitola de ser la agrupación política más perniciosa en toda la Historia de España. Sánchez resulta, a estos efectos, un hito más en la larga carrera de desgracias que hemos de padecer a cuenta de los herederos de unas siglas, que más pronto que tarde acabarán desapareciendo de la política española.
La caída de Sánchez debe arrastrar consigo a todo el PSOE, porque la imagen de ese partido ya no parece recuperable. Los socialistas que queden volverán a la clandestinidad, pero no porque los persigan (siempre han estado consentidos), sino porque su pertenencia a ese partido se considerará un gesto de mal gusto o una excentricidad, solo justificable si uno tiene a los hijos trincando del presupuesto público en los pocos centros de poder local que les van a ir quedando.
A estos efectos, el caso de la fontanera del PSOE que anda buscando munición para extorsionar a los guardias civiles que investigan los casos de la banda de Sánchez es impresionante. No solo por el hecho en sí, sino por la naturalidad con que comenta en los audios la operación, como si estuviera negociando un contrato publicitario con un cliente difícil. Y todo parece indicar que es solo el aperitivo del aperitivo del aperitivo de lo que está por salir, una bomba informativa de racimo que, sin embargo, no va a llevarse al Gobierno por delante, como ocurriría en cualquier democracia mínimamente asentada.
La razón de que Sánchez no haya salido ya a gorrazos de La Moncloa es Vox. O, mejor dicho, el miedo irracional del votante medio de España a que el partido conservador llegue al poder, un temor que el PP alimenta interesadamente porque los populares están dispuestos a que siga gobernando Sánchez antes de que Abascal se imponga a Feijóo. El enemigo a batir del PP es Vox y lo vamos a ver todavía más claro en el congreso anunciado para el próximo mes de julio, en el que el gran partido del centro-derecha va a redefinir sus principales líneas ideológicas.
Sobre este último aspecto cabe señalar que uno de los responsables de la ponencia política es Juan Manuel Moreno, que hace unos días dio muestras de su ignorancia y su malicia repitiendo como un papagayo especialmente lerdo la propaganda antisemita de Sánchez y la izquierda guarra en torno al conflicto de Gaza. Así pues, a los votantes populares les va a explicar la nueva política del partido un tipo que mantiene la agenda ideológica del PSOE en Andalucía, arranca olivos centenarios para poner placas solares y chapotea en el albañal antisemita cuando dicta sus lecciones de geoestrategia, aprendidas seguramente cuando cursaba estudios de protocolo en FP.
El giro ideológico será hacia la izquierda, qué duda cabe, con el aniquilamiento de Vox como objetivo central. Así no se puede acabar con Sánchez. El satrapilla se irá cuando lo dejen caer sus socios o lo expulsen por segunda vez de la secretaría general de su partido. Por eso, lo mejor que pueden hacer los dos partidos de la oposición es estar preparados para cuando algo así ocurra. Porque lo de llegar a un pacto de no agresión y dirimir legítimamente sus diferencias en las urnas ha quedado descartado ya.