
En estos momentos, en todos los teléfonos de España con acceso a X puede encontrarse un cartel —X es una enorme marquesina móvil— anunciando la concentración convocada por el PP contra el Gobierno de Pedro Sánchez el próximo 8 de junio. Reza así: "Mafia o democracia". Al mismo tiempo, en esos mismos teléfonos con acceso a X puede encontrarse también otro cartel que contiene a este último —X es una marquesina de marquesinas, una muñeca rusa pancartista, un laberinto de espejos, un carajal—. Es un cartel del PSOE y, alrededor del del PP, deja ver a Alberto Núñez Feijóo compartiendo cubierta y sonrisas con el narcotraficante Marcial Dorado. Reza así: "Vosotros elegisteis mafia, supongo". De este constructivo debate entre los dos principales partidos del país pueden sacarse dos conclusiones: que debemos elegir entre dos opciones de mafia distinta —los Corleone o los Soprano, qué estimulante—; y que en el fondo sólo hay una opción.
Lo mismo ocurre desde hace un año en las sesiones de control del Congreso que, como todo el mundo sabe, sólo existen para controlar a la Oposición. Si por el Gobierno fuera, que lo es, la cosa no debería centrarse tanto en ilusionar al ciudadano expiando los pecados del pasado y prometiendo una regeneración paulatina, sino en desilusionarlo todavía más con lo que traigan los otros, que son la misma mugre que lo cubre todo, pero todavía peor.
Es una estrategia lícita y bastante comprensible, teniendo en cuenta que esa promesa regeneracionista ya la gastaron durante la moción de censura con la que llegaron al poder. En la vida, en general, puede prometerse cualquier cosa y que la gente te lo compre porque lo que se promete no es nada, realmente, sino un lugar en el futuro donde lo prometido se cumplirá. Si por lo que sea perteneces al pasado, el crédito de la ilusión se agota. Y sólo queda desilusionar menos que el rival. Esto lo sabe Pedro Sánchez y lo sé yo, acostumbrado a resolver citas desastrosas preguntando, ya en la puerta de su casa, si preferirían acaso haber cenado con Ted Bundy. Lo que no se entiende es que no lo sepa también Feijóo.
Alguien debería decirle que Pedro Sánchez modificó el Código Penal y dejó desprotegido al Estado frente a futuros intentos de sedición. Que reconoció, mediante una amnistía, el discurso independentista que dice que España es un país opresor y quienes trataron de independizarse unilateralmente de ella presos políticos. Que ha ido tomando una a una la mayoría de las instituciones que garantizan la separación de poderes y el buen funcionamiento del sistema que decimos que nos sostiene. Que todo apunta a que desde el seno de su Gobierno se estandarizó el nepotismo, el clientelismo, la corrupción. Que han salido grabaciones de fontaneros del PSOE tratando de recopilar información sensible con la que extorsionar a jueces, fiscales y guardias civiles que investigan aquello. Y que todo esto ha sucedido desde el centro de nuestra sacrosanta "democracia". Pretender ilusionar al electorado sin ofrecer un programa serio que revierta el daño, contraponiendo simplemente dos palabras que bien podrían significar lo mismo, es como ofrecer un curso de economía sin especificar cuál de los dos hermanos Garzón hará de profesor.
