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Ángeles, demonios y enemigos

Al pueblo en realidad no le ha salvado nunca el pueblo. Le salvan una y otra vez unos pocos "enemigos del pueblo" a la Ibsen.

Decía Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pero, ¿y si fuese justo al revés? Es una de las inquietantes posibles conclusiones que saco de la lectura de Ética, política y conflicto: de la paz perpetua a la era de la incertidumbre (Tirant Humanidades), un volumen donde varios autores, coordinados por el catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universitat Abat Oliba (CEU) de Barcelona, Aquilino Cayuela, analizan cómo hemos podido ir a parar de la "paz perpetua" razonada y prometida por Kant…al sensacional cristo mundial en que estamos metidos ahora.

El volumen, muy técnico, pero que te eriza el vello del alma, sugiere varios abordajes a la cuestión. Autores como Miguel Ángel Belmonte, Enrique Bonete Perales, Carlos Pérez del Valle, Jerónimo Molina Cano, Domingo González Hernández y Juan Carlos Valderrama Abenza se remontan hasta Tucídides para tratar de desentrañar por qué nuestras supuestamente evolucionadas sociedades no han conseguido, ni llegar al fin de la Historia vaticinado por Fukuyama, ni mucho menos al final de las guerras. O peor, de la guerra total que por todas las esquinas nos acecha.

De todos los enfoques, unos más jurídicos, otros más historicistas, otros más filosóficos, a mí me han golpeado especialmente -y no escribo "golpeado" a la ligera…-, dos. Me han llamado especialmente la atención los escritos de Jerónimo Molina Cano, doctor en Derecho y en Filosofía y catedrático de Política Social de la Universidad de Murcia, y el de Domingo González Hernández, profesor en esa misma universidad. Con su permiso, paso a exponerles por qué.

Jerónimo Molina Cano hace una aproximación sistémica al pensamiento semi-olvidado, o semi-silenciado, de Gaston Bouthoul, quien intentó fundar una sociología especial de la guerra, la polemología, "concebida como un pacifismo funcional contrario al pacifismo angélico, retórico o puramente ideológico". Bouthoul trata de conocer y comprender de verdad aquello que todos presumimos de querer evitar: la guerra. No basta con decir que no nos gusta si luego nuestras acciones nos llevan a ella una y otra vez.

¿Qué causa más guerras? ¿La religión, la política, la economía, la herencia funesta de Maquiavelo, la de Marx? Bouthoul y Molina Cano creen que todos estos factores se dan en la guerra, pero no la determinan. La guerra no sería un medio para lograr ninguno de estos fines, sino un fin en sí mismo, que todas estas cosas excusan y colorean. La polemología otorga mucha más relevancia a los vaivenes demográficos y a cómo estos detonan mecanismos de agresividad colectiva que se justifican a sí mismos. Es decir, que no tienen justificación. Hacemos la guerra porque queremos hacerla cuando se dan determinados supuestos. Es una especie de purga de profundos demonios que fingimos no llevar dentro.

"Los demonios de la democracia" es precisamente el perturbador título del texto de Domingo González Hernández, especialista en el pensamiento de René Girard, uno de los grandes teóricos del siglo XX sobre la violencia antropológica y social. Generalizando y simplificando (o no tanto), lo que Domingo González nos viene a decir es que el ideal de la democracia se construye, primero, desde la lucidez del pensamiento crítico frente a la tribu y el mito, después, desde la pluralidad liberal frente a los totalitarismos. Por desgracia, ese ideal funciona mejor por contraste con estas monstruosidades que abandonado a su suerte. Compara la democracia liberal con un bote salvavidas con el que huir de Auschwitz o del gulag, pero que, cuando no hay o no parece haber Auschwitz ni gulag a la vista, parece aburrido y hasta innecesario. Entonces, los demonios que estaban fuera del ideal se meten dentro. Y el germen de la guerra vuelve a brotar con más fuerza justo allá donde menos posibilidades tenía, en teoría, de prosperar.

Así, en el mismo seno de la libertad asistimos a cada vez más tajantes y coléricas polarizaciones, demonizaciones y cancelaciones del adversario. Las fuerzas de la preternal oscuridad toman al asalto no los cielos sino las luces. Por ejemplo, cuando la izquierda histórica abandona su agenda socioeconómica, más o menos realista o revolucionaria, para alumbrar una izquierda posmoderna que traslada su intransigencia utópica al ámbito de la vida y de la moral privada. Los parias de la tierra son sustituidos por las víctimas de todas las discriminaciones imaginables (social, racial, sexual…), llegando a un punto que nuestro autor no duda en calificar de victimocracia o incluso victimolatría. Todo vale, no para ver la realidad cómo es y tratar de hacerla lo más civilizada posible, sino para transformarla por las malas, o por las aparentemente buenas, pero casi más siniestras aún. La democracia deja de representar para cancelar. Todos los disidentes son declarados machistas, populistas o de ultraderecha. Sin pararse a pensar si de ese feo palabro es más relevante lo de "derecha" o lo de "ultra"…Y es que la apabullante tesis de fondo es que los ultras no se crean ni se destruyen, sólo se transforman, por ejemplo de nazis o soviets en wokes. Atención a este párrafo:

"La agenda de nazis y bolcheviques era trienal y quinquenal. Escatológica impaciencia. La Policía del pensamiento y la neolengua políticamente correcta de los jemeres rosas se impone suavemente como un catecismo amable y sonriente en empresas, bancos y universidades. Las agendas suaves y educativas como la de 2030 se imprimen en almas y corazones gracias a la paciencia y la empatía de los pedagogos. En virtud de su trabajo incansable, la utopía expiatoria purgará al hombre viejo para dar nacimiento al hombre nuevo. En el camino hacia el nuevo mundo, donde la moral sustituirá a la política y la ciudadanía se fundirá con la humanidad, la civilización occidental desaparecerá para siempre, engullida por la prehistoria y enterrada en la memoria de los hombres nuevos. La larga Marcha será esta vez un poco más larga"

¿Saben esa sensación de entender de repente todo lo que no querías entender? Yo siempre sospeché que el nazismo, el comunismo, el nacionalismo excluyente o el antisemitismo furioso, por poner sólo algunos ejemplos, triunfaban no por su carga más o menos ideológica, sino por estar cebados patológicamente. Por permitir tanto a las masas como a ciertas élites tomarse un respiro del pensamiento crítico, la libertad y la razón para chapotear en el lodazal de la agresividad. Que son excusas para odiar, en una palabra. Incluso, ya puestos, para odiarse.

Por las mismas, siempre me ha fascinado la terca supervivencia, con todo en contra, de individuos o minorías inmunes a esos hechizos hiperagresivos. Así como el hecho, no sé si inefable o pavoroso, de que esa inmunidad no se elige. No es opcional. Al pueblo en realidad no le ha salvado nunca el pueblo. Le salvan una y otra vez unos pocos "enemigos del pueblo" a la Ibsen. ¿Corderos de Dios? ¿Mártires liberales? ¿Mutantes morales? Al fin y al cabo, donde hay demonios, rebuscando un poco, siempre se encuentran ángeles. Se les reconoce en seguida porque suelen ser los primeros en caer en todas las guerras. Y en volverse a levantar.

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