
Este jueves, los ciudadanos asistimos ojipláticos a un nuevo día de la marmota que se repite desde que Pedro Sánchez llegó al poder.
El proceso viene a ser siempre el mismo: primero se destapa un gran escándalo, después los ciudadanos albergamos la esperanza de que eso hará caer a Sánchez, de que alguien —ya sea algún cargo socialista que conserve algo de dignidad o alguno de sus socios— le retirará el apoyo y, finalmente, el resultado es que ese señor se mantiene indemne en la Moncloa.
Pasó con los indultos, pasó con la amnistía, pasó con Ábalos, pasó con Leire Díez y ha vuelto a pasar ahora con Santos Cerdán. La reacción que ha tenido la oposición también ha sido siempre la misma: indignarse, retratar las incoherencias del sanchismo, sacarnos a los ciudadanos comprometidos a la calle y vuelta a empezar. Necesitamos de un elemento disruptivo que rompa con el eterno déjà vu en el que nos ha encerrado el sanchismo, y ese no es otro que la moción de censura.
En primer lugar, porque la moción de censura es un mecanismo que paraliza toda la actividad parlamentaria durante una semana y que centra el debate público durante el transcurso de la misma. Esto es muy relevante porque vivimos en una cadena tan constante de escándalos que saturan a la sociedad e impiden una reacción coherente con el daño perpetrado. Hay tal exceso de información, que muchas cuestiones que son muy graves pasan desapercibidas sin que llegue a calar en el gran público la mala imagen que merecen sus responsables.
Por ejemplo, ¿alguien se acuerda del "Tito Berni" y de cómo se empleó dinero público en meretrices y cocaína? ¿Alguien recuerda que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, firmó un contrato de millones de euros en mascarillas defectuosas con la empresa fake de Aldama y que no reclamó dicho contrato hasta el mismo día que sabía que no renovaría su cargo?¿Alguien ha alzado la voz, con la contundencia que merece, ante la infamia que supone el que los esbirros de Sánchez en el Tribunal Constitucional hayan absuelto de facto a los responsables de los ERE, arrogándose funciones constitucionales que no les corresponden?
La respuesta es no, porque hasta a quienes nos interesa mucho la política nos cuesta digerir esta vorágine de ignominias, de ahí la necesidad de presentar una moción de censura: este instrumento constitucional sería como un carril de desaceleración que obligaría al sanchismo a salir de la autopista de la vergüenza en la que se ha instalado.
Y, sobre todo, les obliga a parar en el momento clave, ya que los hechos son tan escandalosos que forzar a detener la actualidad para que permeen bien en la sociedad le hace un daño tremendo al PSOE y a Pedro Sánchez: adjudicación de obras públicas llevándose mordidas de cientos de miles de euros, fraude en las primarias que ganó frente a Madina, una prostituta con la que Cerdán tuvo un hijo fuera de su matrimonio a la que enchufó en una empresa pública…
Es tal la desvergüenza por lo público que han mostrado, que merece la pena perder una votación si con ello tenemos un gran escaparate durante una semana que retransmita lo indignos del cargo que son.
Además, la defensa argumental del presidente ha sido tan débil que no resistiría un debate parlamentario de forma satisfactoria, porque casi no aguantó una rueda de prensa con periodistas afines: ¿por qué debía irse Rajoy por confiar en las personas inadecuadas, si también pidió perdón a los ciudadanos? ¿Por qué le exigió a su predecesor la responsabilidad política que no es capaz de demandarse a sí mismo?
No hay que despreciar tampoco la posibilidad de que esta moción consiga poner en evidencia nuevas diferencias del Gobierno con sus socios. ¿Hasta cuándo pueden sostener partidos como Podemos o Junts a un Gobierno corrupto sin desgastarse electoralmente? Aunque sigan apoyando a Sánchez porque de momento no les conviene que haya elecciones, el verse obligados a seguir apuntalándolo en esta disyuntiva es un elemento que erosiona sus relaciones y que incrementa las posibilidades de acortar una legislatura que es insostenible para la ciudadanía.
Por otro lado, también merece la pena detenernos ante el hecho de que una moción de censura le daría el foco y la oportunidad a Feijóo de explicar qué modelo de país puede ofrecernos a los ciudadanos que contemplamos pasmados la demolición de las instituciones, el incumplimiento sistemático de la palabra dada y el ladrocinio general sobre los recursos públicos.
Habrá quien argumente que Vox ya presentó una moción de censura y que esta tuvo un éxito bastante cuestionable, pero creo que no es comparable porque el momento escogido no fue el idóneo, el candidato elegido no fue capaz de presentar un modelo alternativo solvente—ciertamente Tamames no se encontraba en su mejor momento vital—, y muchos tuvimos la sensación de que usó más para dar a conocer Ignacio Garriga.
Por último, me gustaría destacar la idea de que no podemos volver a permitir que, al igual que hiciera con Ábalos, Pedro Sánchez consiga extender un cortafuegos en torno a Santos Cerdán, la cual fue su intención al comparecer desde Ferraz en vez desde Moncloa. En su eterna melomanía, el presidente prefirió transmitirle la idea a la sociedad de que la corrupción venía del partido y no del Gobierno, como si esta hubiera sido posible de no haber elegido él personalmente a Ábalos como todopoderoso ministro de Fomento.
Einstein decía que una definición de locura es hacer una y otra vez lo mismo esperando un resultado distinto. Es hora de que Feijóo reaccione con toda la contundencia que le otorga nuestro Estado de Derecho, no para tumbar al Gobierno, sino para demostrar que aún existe oposición.