La cumbre de la OTAN: un gran éxito para todos menos uno
Pagar el 5% de nuestra riqueza por la paz y la seguridad es el precio más adecuado para que nuestro modo de vida sobreviva.
Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, han existido y se han generado muchas dudas sobre cuál era el compromiso real del nuevo presidente con la defensa de Occidente y, en particular, con la defensa europea. El abandono en la práctica del apoyo a Ucrania conllevaron numerosas dudas sobre cuál era el posicionamiento real de la nueva administración en el conflicto entre Rusia y Ucrania. En numerosas ocasiones, se trató a Zelenski de usurpador y agresor, tergiversando la realidad hasta límites insospechados. La reunión con el presidente ucraniano en el Despacho Oval levantó todas las alertas de que podríamos estar asistiendo al final de la Alianza Atlántica.
Desde el mes de enero, la intensa actividad diplomática de los líderes europeos acudiendo a Washington ha conseguido, por una parte, mostrar la realidad de la amenaza rusa y el compromiso de Europa con Ucrania, y la necesidad de esa alianza entre Estados Unidos y el resto de Europa para la defensa común. Es decir, con gran tacto, todos y cada uno de ellos han contribuido a que, finalmente, esta cumbre de la OTAN, sobre la que existían más dudas que nunca, se haya convertido en una de las más exitosas de la historia. Todos entienden a Trump y saben lo que espera, y entre todos los líderes europeos, menos el español, más ocupado de la famiglia, han conseguido enderezar a Trump hacia el mundo real.
Trump no lo puso fácil en el sentido de que, a diferencia de todos los presidentes de Estados Unidos anteriores, ha creído en el reforzamiento del pilar europeo dentro de la OTAN, un concepto que fue muy discutido en los años 90 cuando no se comprendía muy bien en Estados Unidos por qué era necesario que Europa tuviera una autonomía en su defensa. Muchos querían ver en esta identidad europea un abandono del atlantismo, lo que no era para nada cierto.
Trump nos ha exigido a los europeos contribuir a nuestra propia defensa, que es mucho más que la defensa común, de una manera mucho más intensa. Europa podría haberse negado a cumplir con ese requerimiento, pero no cabe duda de que, en las actuales circunstancias, eso hubiera supuesto el final de la Alianza Atlántica.
Que Europa tenga que pagar un precio por pertenecer a un club tan exclusivo no debe escandalizarnos, y que ese precio pretenda recuperar el equilibrio entre dos economías que están muy desarrolladas y, en términos de riqueza, muy similares, nos conduce a una realidad: Europa va a tomar, por primera vez desde 1945, la responsabilidad de la defensa del continente. Pagar el 5% de nuestra riqueza por la paz y la seguridad es el precio más adecuado para que nuestro modo de vida sobreviva.
La conclusión final de la cumbre no deja lugar a dudas. Todos los países miembros firmaron por unanimidad el incremento del gasto en Defensa a un 3,5% del PIB en lo que se refiere a adquisiciones y gasto puro en Defensa, y un 1,5% a Paradefensa, ciberseguridad, emergencias, tratamiento de situaciones de riesgo etc.
Este compromiso de gasto de la OTAN no tiene nada que ver con las capacidades. Es una ilusión pensar en eludir la obligación, basándose en que un país puede realizar lo mismo con menos dinero. Es un flagrante incumplimiento del acuerdo suscrito, que dice poco de los compromisos que el presidente del Gobierno firma con el resto de países o ciudadanos.
La cumbre de la OTAN ha decidido que hay que gastar el 5% del PIB porque hay una amenaza real que no había antes, y esa amenaza es Rusia. No es misión de la OTAN atender a la amenaza de China y, por tanto, cuando todos los países espoleados por Estados Unidos deciden alcanzar ese 5%, están mandando un poderoso mensaje de unidad y fortaleza a Putin. Ese mensaje es que los europeos nos tomamos tan en serio nuestra seguridad y nuestra defensa que estamos dispuestos a realizar sacrificios a corto plazo en nuestro modo de vida y en nuestro bienestar para conseguir esa seguridad.
Es falsa y una falacia la idea de que hay que gastar menos en Defensa para salvaguardar el estado de bienestar, ya que este segundo requiere para su propia supervivencia de la seguridad que provee el primero. De esta manera, no se trata de gastar menos en Defensa para dar más bienestar, más igualdad, más justicia social, sino que todos estos elementos solo tienen condición de existir si hay seguridad. Cuando el presidente dice que habrá que subir los impuestos o reducir gastos en Educación o Sanidad, está explicando parte del sacrificio, pero no entra en el fondo del problema, que es el despilfarro que existe en una Administración que vive salpicada de corruptelas y desviaciones de poder.
Europa va a dar un paso que la va a poner en una enorme superioridad militar y política sobre todo sobre Rusia, y esta debe entender que esa Unión Europea mucho más reforzada, con un presupuesto de Defensa que triplicará o cuadruplicará el de Moscú, con ese compromiso de defensa colectiva que tiene Europa con la defensa de Ucrania, va a ser un enemigo imbatible.
Mientras se celebraba la cumbre de la OTAN, tenía lugar también una reunión de Industria de defensa en Bruselas. La autonomía estratégica de Europa debe implicar una autonomía tecnológica e industrial mayor de la actual, y esto significa que la industria europea debe seguir la estela marcada por los gobiernos y realizar un inmenso esfuerzo de crecimiento, de dotarse de capacidades, de nuevos desarrollos, de estar en la línea última de tecnología, para mantener la superioridad militar. Europa y su industria son dos elementos fundamentales sobre los que se va a asentar el futuro, próspero y justo.
De Europa, en la cumbre de mayor éxito de la historia de la OTAN, solo queda un borrón, y lo hemos protagonizado nosotros, los españoles. El ridículo, la vergüenza, la sorpresa de la actitud española no tiene parangón en la historia. En menos de 72 horas, el presidente salió a vendernos a los españoles que la OTAN aceptaba que no cumpliera con sus compromisos, echándole en cara al líder de la oposición su desconocimiento de la lengua inglesa, una habilidad que no le ha servido para nada al presidente en la Haya, ya que ni saludó a nadie, ni expuso sus razones, ni dijo absolutamente nada: debe ser que habla inglés en la intimidad.
Al día siguiente fue corregido por Mark Rutte, que tampoco debía saber inglés. Dos días después, ponía su firma en nombre de España para cumplir el objetivo de inversión del 5% del PIB. Una hora después, ya pastoreando a la prensa y opinión pública española, afirmaba que no iba a cumplir lo que había firmado, llegando a asegurar, en el colmo del esperpento, que si Feijoo hubiera sido presidente, hubiera firmado el acuerdo que él mismo había firmado.
Para la industria española de Defensa, el golpe es mucho mayor. La salida del tiesto de España coloca a nuestra industria europea fuera de los mercados europeos, más limitada en su capacidad de colaboración. ¿Qué industria europea o qué país europeo va a querer colaborar con aquel que se pone del lado del enemigo y no cumple con sus compromisos? ¿Es España un socio fiable?, se preguntarán los CEO de las industrias europeas.
España ha perdido una oportunidad histórica de la que tardaremos mucho en recuperarnos. No solo hemos puesto a España en el vagón de cola de los intereses internacionales; lo peor de todo es que ni vamos a tener más bienestar por no firmar el acuerdo, ni más justicia social, ni vamos a estar más seguros, ni vamos a ser más prósperos económicamente. Todos aquellos de los que depende nuestra riqueza han recibido nuestra bofetada y no van a esperar a recibir la siguiente. En definitiva, una gran cumbre para la defensa de Occidente y un bochorno para los intereses de España y de los españoles, salvo que ya no seamos Occidente y entonces se entendería todo mucho mejor.
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