
José Antonio Ortega Lara estuvo secuestrado desde enero de 1996 hasta julio de 1997. 532 días encerrado en un agujero en el suelo del tamaño de un par de cabinas telefónicas. Al día siguiente de su liberación, convertido en un fantasma salido de Auschwitz, el diario proetarra Egin tituló "Ortega vuelve a la cárcel"; una de las portadas más infames de la historia universal del periodismo. La editora del panfleto terrorista en aquel momento era Mertxe Aizpurúa, que también había sido condenada una década atrás por enaltecer a los sádicos euskonazis. Esa misma Mertxe Aizpurúa, la editora de un periódico escrito por y para terroristas, 900 cadáveres después, defendió esta semana en el Congreso de los Diputados la necesidad perentoria de impedir que los periodistas de derechas importunen al gobierno con sus preguntas. "Lucha antifascista", lo llaman, como también llamaban "antifascismo" a desmembrar a bebés delante de sus padres.
Para la izquierda el periodismo es militancia. No se conforman con un periodismo manso y remolón a la crítica: necesitan la adhesión inquebrantable y el elogio entrusiasta. El periodista ideal es combativo, mordaz y penetrante cuando gobiernan los malos, es decir, los otros, y también es las tres cosas, pero contra la oposición, cuando gobiernan ellos. A Gascón le han hecho la autocrítica sus compañeros de redacción por osar contradecir a Sánchez desde las páginas de El País, y a Ana Iris Simón directamente le han rechazado la columna de esta semana, probablemente por mencionar las palabras "prostitución", "sauna" o "Muface" en el texto. Así están las cosas.
En el mundo de Chaperro Sáunez, no es la prensa quien tiene que vigilar al gobierno, sino al revés. Es el poder quien decide qué es un medio de comunicación y qué una máquina del fango. Por ejemplo, los medios que llevan años denunciando la corrupción de Ábalos y Santos Cerdán eran máquina del fango, y los que la negaban vehementemente, eran prensa libre y comprometida. El mismo Rufián que le decía a Vito Quiles en el Congreso que si le hiciera preguntas incómodas a Mazón o a Ayuso él votaría en contra de echarle del edificio, es el que votó a favor de meter en TVE a la directora de El Plural, un libelo infecto usado por el PSOE como correa de transmisión de los bulos recabados por fontaneras como Leire Díez. En el Saunismo-Yolandismo la labor de la prensa es, a su vez, vigilar a la población en nombre del gobierno, no vaya a ser que alguien se salga del carril. De ahí la atención insólita a una broma de patio de colegio mayor o a un grupo de Whatsapp de adolescentes en Logroño (habrá que jurar que esas cosas pasaron). Los medios de comunicación reducidos a guardianes de la moral, como la policía iraní que apalea a las mujeres que enseñan el flequillo.
La prensa de izquierdas no es prensa, es activismo. Es así de simple. Vito Quiles milita en un partido político y por esa razón le hace preguntas incómodas únicamente al partido que gobierna en España y a los socios que le sostienen, pero no hay un solo periodista de izquierdas, uno solo, que no haga lo mismo en sentido contrario. Vito Quiles les molesta porque hace lo que ellos deberían hacer: preguntar y repreguntar, no asentir bovinamente a las chorradas para tetrapléjicos cerebrales de Su Saunidad.
