
Casi todos ponemos límites a las condiciones laborales. Hay quien no trabaja por menos de equis dinero, quien exige tener un equipo competente, quien negocia antes las vacaciones que las obligaciones, y quien revisa las filias y fobias partidistas de sus jefes antes de dar una respuesta o, ya en casos patológicos, quien escanea su historial de adhesiones a los ODS. Por mi parte, en más de veinte años de trayectoria laboral, siempre tomé como punto de partida un principio innegociable: nunca trabajaré para alguien al que considere un gilipollas.
Quizá porque siempre me ha escandalizado la cantidad de gente que desprecia a sus superiores, quizá porque me gusta ayudar a que los buenos triunfen, o tal vez se trata solo de un mecanismo evolutivo de prevención ante problemas inminentes, que es obvio que si trabajas para un idiota, tarde o temprano terminarás envuelto en idioteces, trabajando codo con codo con otros idiotas, o incluso convertido en un perfecto idiota.
Habrá quien objete que, si he sido fiel al planteamiento, es porque he tenido la oportunidad de escoger, y si bien es cierto en muchas ocasiones, también lo es que no he tenido el menor reparo en saltar sin red cuando ha arribado a la cima de mi oficina alguien con todo el aspecto de estar a punto de asar la manteca. No hay heroísmo alguno, es solo intolerancia.
Y si en el ámbito periodístico es importante, quienes se dedican a la política deberían tener aún más precaución, porque ahí el trabajo en equipo no es coyuntural, y la adhesión al líder no es relativa, sino que es la razón de ser de todo. En lo político, formar en fila detrás de un líder es al tiempo comprar sus ideas y su honradez, su manera de hacer política y su inteligencia, su forma de dirigir y de dirigirse en la vida, y hasta su manera de hablar. Dicho de otro modo: lo que ocurra mientras tu estás sosteniendo la bandera del líder afectará directamente a tu futuro laboral, social o político y, dependiendo de lo crucial del instante, puede marcarte para toda la vida.
Por eso me tiene en éxtasis de desconcierto el video, que he vuelto a ver hoy tres veces, de la bancada socialista de pie aplaudiendo al bufón monclovita en el mismo día de su funeral político. La imagen ilustra a la perfección por qué el régimen de partidos del 78 es un fracaso, y un desastre para el amago de democracia que disfrutamos en estos días. Qué horizonte de hambruna, colas del paro, y miseria amenazará con esperarte a la vuelta de la esquina, qué gélidas madrugadas a la intemperie, fuera de la política, pueden aguardarte en tu vida para que te levantes a aplaudir coralmente a alguien que, a la vista de todos, es un ser despreciable, miserable, e invalidado de por vida para cualquier empleo, por sus hechos probados, ya sin entrar a considerar su condición moral sanbernardina.
Si además se ha visto que envilece lo que toca, y que la podredumbre de corruptelas y miserias se extiende por sus tentáculos y contagia a todo aquel que le rodea. Puedo comprender –en realidad no- que no te des de baja del partido por si hubiera un futuro, que no abandones tu puesto de diputado si el horizonte laboral es incierto, pero me resulta incomprensible la ovación coral a Sánchez en julio de 2025. ¿Qué miedos, qué terrores habrá infundido a los suyos para tan ridículo festival de indignidad?
Sé que la dignidad no es lo que caracteriza al político español medio. Que los de la adhesión inquebrantable a Casado fueron los mismos de la adhesión inquebrantable a Feijóo, y que yo mismo he escuchado a diputados populares despreciar mezquinamente a la Ayuso lideresa durante el casadismo, y hoy los veo llenarle la cara de besos en actos oficiales. Pero, en fin, se puede conceder a la gente el derecho a cambiar de opinión, sobre todo si su opinión anterior era estúpida. Lo que se me antoja digno de análisis clínico urgente es el aplauso de la hinchada diputera orquestada por el narciso de La Moncloa para el narciso de La Moncloa, que se suma la mutación en babosa ibérica en posición de arrastre soterrado de Patxi López, y las tronchantes declaraciones entre titubeos infinitos de Margarita Robles –para lo que has quedado- en televisión justificando que su jefe le llamara "pájara".
Cuando Sánchez sea evacuado de la finca institucional en que permanece atrincherado en calidad de okupa, estos diputados tendrán, digo yo, que ganarse la vida. Pero no es fácil ganarte la vida en política cuando te has desvivido en apoyos al rey muerto, y encontrar trabajo será imposible cuando la gente hasta cambie de acera al verte venir. Podrías objetarme que son iguales a Sánchez pero no es verdad, son mucho más tontos. El aplauso, las declaraciones babosas, el infinito fingimiento de los sanchistas no les reportará nada, salvo a los pocos premiados por las pedreas de los carguitos, pero en las horas postreras del socialismo, quedan pocos cargos por repartir, y pocas cajas fuertes por desvalijar.
De modo que simplemente te señalarán por la calle, se reirán de ti al verte pasar, o te preguntarán si tu también sales en los videos de las saunas dándote guiño, guiño, y codazo. Y todo el mundo leerá en tu mirada que eres más o menos lo mismo que Patxi López. Y que trabajas para cualquiera.
