
Yo no soy cuñada de Isabel Díaz Ayuso. Pero muchos que no lo somos también echamos en falta ese "mundo de ayer" donde los AVE llegaban a su hora y, sólo con que se retrasaran cinco minutos, te devolvían el importe íntegro del billete. No había mejor garantía que esa para viajar, sobre todo por trabajo. Te podías permitir salir pongamos de Barcelona en un tren con llegada prevista a Madrid a las 11 y estar como un clavo en una reunión que empezaba a las 11.30. Esa fue una de sus mejores bazas para desbancar al puente aéreo: que no había sorpresas, ni pérdidas de equipaje, ni carísimos taxis para ir y venir del aeropuerto.
Sólo por esto último, por costosos que fueran aquellos primeros AVE (que doy fe de que lo eran), seguían siendo más económicos que coger un avión. Prueba de ello es que tuvieron un éxito popular instantáneo, quedando el puente aéreo y sus variantes low cost para ejecutivos agresivos y para turistas. Por supuesto todos los que no éramos ni una cosa ni la otra agradecimos que el servicio se ampliara, liberalizara y abaratara. Pero eso no es excusa para la caída en picado de la calidad, la puntualidad y hasta la higiene. Si el señor Oscar Puente no ha falsificado su título de EGB para ser ministro de Transportes, debería tenerlo claro y disculparse por ello en vez de marcar paquete encima.
¿Y si el problema no es que haya muchos más trenes, sino muchos más gestores, funcionarios y comisarios políticos de esos trenes de los necesarios? ¿Mucha más gente cobrando del erario público por no hacer nada, o para hacer mal lo poco que hace? El drama ferroviario en España huele a desinversión, a racaneo en el mantenimiento y a ruleta rusa. Pagamos muchísimos impuestos que ni idea de a dónde van. Desde luego, no a prevenir ni sequías, ni apagones eléctricos, ni a garantizar que los trenes salgan y lleguen dignamente a su hora. Muchos problemas que se podrían evitar no se evitan porque es más fácil buscar culpables que soluciones.
Es fantástico presumir de crecimiento económico pesándolo en una báscula trucada, presumir de que en realidad tenemos una inflación buenísima -descontando electricidad y carburantes, que, como es sabido, si no quieres, no los pagas…-, celebrar los índices de consumo ignorando que de no ser por el turismo esto parecería Los santos inocentes y pretender que los fondos europeos de recuperación van a dar de sí lo que daba el Plan Marshall. Es verdad que en toda Europa el Estado del Bienestar chirría y la socialdemocracia sufre para cumplir sus promesas históricas. Pero también es verdad que cuando alguien no puede cumplir su parte del contrato, habría que revisarlo. ¿Tiene sentido la actual presión fiscal con el actual retorno de servicios? ¿Qué porcentaje del ingente gasto público va a gasto social o simplemente revierte en algo útil para el ciudadano?
Antaño se hablaba de pobres contra ricos, de clase obrera contra capitalista, bla bla bla. A día de hoy la trinchera es entre clases productivas y clases mantenidas. Entre los que se desangran y los que maman. Que si protestas, te insultan encima. Luego se quejarán del predicamento que tiene la filosofía de la motosierra y verán amenazas populistas por doquier. Yo no las veo por doquier sino en el mismísimo huevo de la serpiente del sistema. El peligro viene de arriba y viene de dentro. Cada vez que alguien como Oscar Puente llega a ministro estamos más cerca de que el contrato social salte por los aires. Esperemos que por las buenas.
