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Periodistas, Israel, niños y libelos de sangre

A lo que no tiene derecho un periodista es a mentir, ocultar información, manipular o, como dijo Pilar Ruiz, llamar "a las cosas por los nombres que no son".

Todos los periodistas y más aún todos los medios de comunicación tienen derecho a tener su propia ideología, su propia línea editorial y su propio enfoque respecto a una situación o un acontecimiento concreto. En Libertad Digital, por ejemplo, no escondemos que nuestra forma de entender el periodismo pasa por la defensa de principios como la libertad política y económica, la propiedad y, por supuesto, de España. Tampoco hemos escondido nunca nuestra simpatía por Israel, un país al que nos unen vínculos importantísimos, que se enfrenta al terrorismo y a dictaduras feroces y, sobre todo, con una forma de entender la vida, la democracia y los derechos humanos que son un referente.

Sin embargo, a lo que no tienen derecho un periodista o un medio es a mentir, a ocultar información relevante, a manipular los datos o, como le dijo en frase genial y tristemente profética Pilar Ruiz Albisu a Patxi López, a llamar "a las cosas por los nombres que no son".

Nada justifica eso y, cuanto más complejo es un tema, más cuidado hay que tener para que el deseo de impulsar tu ideario o de defender aquello que consideras justo no te lleve a esos comportamientos. Ninguna causa se puede sostener con mentiras, por justa que sea, y la principal tarea de alguien que informa a los demás no es adoctrinar, es contar la verdad.

Por desgracia, buena parte de la prensa y de los periodistas en el mundo invierten estos términos y creen que su labor es lograr hacer que sus sociedades sean más de izquierdas o de derechas –no nos engañemos: los primeros son la abrumadora mayoría– y si para ello hay que exagerar, ocultar o directamente mentir no tienen mayor problema, qué se le va a hacer, son gajes del oficio.

Y en pocos temas se dan estos comportamientos de una forma tan habitual y con tanta ferocidad como en el caso de Israel, singularmente desde que emprendiese su guerra contra Hamás tras la brutal masacre del 7 de octubre. Una laxitud moral que está llevando a alguna de las cabeceras más prestigiosas de la prensa mundial a actos de una bajeza insólita, como usar a niños con gravísimas minusvalías para hacer propaganda.

La inmoralidad de los periodistas y los medios es tal que incluso tras revelarse el engaño se niegan a pedir perdón, llaman a la verdadera condición del niño "detalle adicional" y siguen hablando del tema como si nada, como si no se hubiese descubierto su mentira.

Todo vale para acusar a Israel de unos crímenes horrendos que, encima, en realidad está cometiendo Hamás, como bien explicaba Pedro Gil en estas mismas páginas. Todo vale para hacerle el trabajo sucio a una organización terrorista, fanática, asesina y cuya crueldad, por cierto, no sufre sobre todo el pueblo israelí, sino el palestino.

Cabe preguntarse por qué el único país de mayoría judía del mundo es víctima de un tratamiento informativo así de falaz y cruel. Mucho nos tememos que la respuesta sea que es precisamente por eso: por ser el único lugar en el que los judíos no son una minoría.

Lo terrible del asunto es que a estas alturas y tras menos de dos años de guerra la referencia que parecen tener nuestros colegas a la hora de atacar a Israel ya no son las revistas nazis de la Alemania de los 30, sino los libelos antisemitas de la Edad Media en los que, qué triste casualidad, también se acusaba a los judíos de asesinar a niños.

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