
Un clásico de los veranos. El catalán cabreado porque no hay carta en catalán y terriblemente irritado o deprimido porque el camarero no le entiende o porque le responde en español en vez de en la florida y melodiosa lengua pulida por Pompeu Fabra. A la mayoría de las personas les puede parecer una cuestión menor lo de la carta en catalán, pero para el catalán catalán que todavía compra las bacaladas de Puigdemont y Junqueras el hecho de que no haya carta en catalán es un drama, una tragedia y un acto de discriminación. Un crimen contra la humanidad.
"Me están impidiendo hacer una vida normal por el hecho de que hablo catalán", afirmaba un indignado Puigdemont en el curso de una conferencia en el sur de Francia. Aludía a la última polémica del catalanismo con la hostelería, el caso de una heladería de Barcelona que topó con la novia o esposa de un concejal de distrito de ERC que quería tres helados de maduixa, no de fresa.
Para Puigdemont ese tipo de historias entre clientes y camareros son una muestra de catalanofobia galopante. Y es que le parece gravísimo que un catalán no pueda disfrutar en catalán de la experiencia de un restaurante, pero le parece perfecto que el idioma español sea discriminado en todos los grados de la enseñanza, del parvulario al campus. En realidad, no es que le parezca perfecto. Le parece poco porque la aspiración del catalanismo es borrar de la faz de Cataluña y sus alrededores cualquier resto o indicio de la lengua y la cultura españolas. El desequilibrio es obsceno. Clientes de restaurantes que exigen que se respeten sus derechos como catalanohablantes frente a familias que suplican un poco de lengua española para sus hijos en la enseñanza obligatoria.
Para nuestro expresidente de la Generalidad no hay color. "Escuchad, europeos, mundo. Está pasando una cosa muy grave con el catalán. Nos están discriminando y vejando por razón de lengua", afirmó melodramático en el curso de la citada conferencia. El hombre estaba que se subía por las paredes. Tremendamente indignado. Y como también estaba entre amigos, en la "universidad catalana de verano", habló sin tapujos de la inmigración y de para qué quiere las competencias. "Si una persona no sabe entender lo que es un café amb llet o qué es un mal de panxa nadie, ningún funcionario, le podría certificar la renovación del permiso de residencia", aseguró.
Camareros, cocineros, lavaplatos, médicos, enfermeras, celadores, cuidadoras de ancianos, limpiadoras, asistentas, jardineros, porteras, conserjes... Estáis todos avisados. A los señoritos les gusta que les limpien los zapatos en catalán.
