
El 11 de marzo de 2004, España se aproximaba a unas elecciones generales en las que nadie discutía que el Partido Popular, que acababa de protagonizar la transición del liderazgo de José María Aznar al de Mariano Rajoy, iba a cosechar una nueva mayoría absoluta. 'España va bien' era la frase que había popularizado el propio presidente Aznar y los chicos que entonces terminaban de formarse en el vientre de sus madres hoy tienen 21 años, están en la universidad, en el mercado laboral o forman parte de esos más de 830.000 fijos discontinuos que Yolanda Díaz contabiliza como personas con trabajo estable. No es fácil que tengan una visión clara de lo que ocurrió en esos días.
Un atentado terrorista nos golpeó a todos de manera que jamás olvidaremos. Más allá de los puntos de sombra que han quedado para la eternidad en relación con tal hecho y sus responsables, sin duda hay un punto que tiene un significado y trascendencia que ya podemos y debemos catalogar como histórico: durante los tres días que separaban el atentado de las elecciones generales, el PSOE puso en marcha toda su maquinaria para instrumentalizar el atentado a fin de activar un vuelco político impensable antes de la primera detonación terrorista en Madrid.
La operación no era nueva en el socialismo y en la izquierda españoles. Siete décadas antes, este país 'se había acostado monárquico y se había levantado republicano', que reflejó entonces un titular de periódico, gracias a que la izquierda (amén de partidos republicanos de derechas que ya protagonizaban ese tancredismo político tan suyo) había manipulado unas elecciones municipales que en realidad habían ganado las fuerzas monárquicas, para activar el cambio de régimen.
Pero lo que sí era nuevo en 2004, relativamente, era la utilización de una catástrofe, de un gran estallido de sufrimiento y padecimiento, para la obtención de un rédito político que no correspondía. Había nacido el 'zapaterismo' que, en realidad, es la tendencia política socialista que seguimos padeciendo 21 años después.
El hijo putativo de aquella tendencia, Pedro I El Falso – Pedro Chapote, ha evolucionado con maestría esa estrategia de convertir el daño colectivo en rédito político. Su primera experiencia fue la pandemia, en la que el inquilino ilegítimo de La Moncloa (ilegítimo por las compañías utilizadas para llegar a ella, por las mentiras en las que basó su moción de censura y por sus promesas y compromisos incumplidos) se convirtió en estrella televisiva a las tres de la tarde.
Día tras día, lo que se suponía que era un dirigente político que, como en el resto de países civilizados, debía coordinar los esfuerzos de todo el país por salir lo mejor posible del trance, se erigía como el desvergonzado manipulador que hoy todos sabemos que es, mintiéndonos a la cara sin pudor, saltándose las leyes que posteriormente se le volvieron en contra, aunque sin consecuencias, y aprovechando la tragedia para atacar políticamente a sus rivales, lo cual sigue haciendo.
La jugada le salió bien y, en consecuencia, desde entonces no ha dejado de practicarla y perfeccionarla. Con la DANA adoptó su versión más diabólica, con aquello de "yo estoy bien" y lo de que "si necesitan ayuda, que la pidan", para convertir una catástrofe natural con decenas de fallecidos, en la que su gobierno tenía una incuestionable responsabilidad (Aemet, Confederación Hidrográfica, coordinación de fuerzas y cuerpos de seguridad y en especial en ejército y la UME) en una bola de fuego que arrojar contra el gobierno de una de las comunidades autónomas afectadas, aunque no contra la otra, gobernada por su propio partido.
Ahora, el agua se ha cambiado por fuego, pero la estrategia es la misma, basada en la elusión de responsabilidades y el relato de que todas ellas corresponden a los gobiernos regionales, como si el gobierno de este país se limitase al papel de un bonito adorno o una fuente para la colocación de amiguetes, esposas y hermanos en el 'tutiplén' del 'chorreo' público.
El socialismo, lo digo y lo repetiré siempre, ha sido a lo largo de la historia, y sigue siendo, un manantial de indignidades y miserias morales, pero no se me ocurre ninguna del calibre de la utilización de una catástrofe que ha costado vidas para tratar de obtener rédito político. Afortunadamente, todos los factores demoscópicos apuntan a que esta miserable y maquiavélica táctica ya apenas 'cuela', pero no cabe duda de que es aún poco el rechazo popular que plantamos, desde la sociedad española, a esta pandilla de 'sin vergüenzas'. Si necesitan dignidad, que la pidan.
