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Pirómanos de la democracia

Ha sido más grave que los incendios el fuego antidemocrático que ha avivado un presidente que ha demostrado una vez más su falta de sensibilidad.

Ha sido más grave que los incendios el fuego antidemocrático que ha avivado un presidente que ha demostrado una vez más su falta de sensibilidad.
Pedro Sánchez, habla en una rueda de prensa en Montevideo. | EFE/Gaston Britos

Calcinar la tierra y sus frutos, destruir puentes y depósitos para impedir la supervivencia de los enemigos, civiles y no, y, por tanto, su avance y/o su victoria fue la cruel lana cardada por muchos desde la Antigüedad antes de que el caballo de Atila cargara con la fama de destructor de la hierba. No sólo se quemaron recursos materiales, sino que caer en la tentación de carbonizar vivas a las poblaciones hostiles fue un crimen temprano, como puede comprobarse fácilmente desde la historia asiria y los libros bíblicos como el de Josué hasta el infierno atómico de la II Guerra Mundial. Sólo es un tipo, el peor, de la piro(hu)manía.

Los árboles no dejan ver el bosque, se ha dicho siempre. Los incendios, tampoco. Los primeros por falta de perspectiva y los segundos por falta de árboles, a los que achicharran. Que no se vea el bosque real, el complejo, el vital, el humano, puede ser resultado del buenismo idiota que aprecia valor en todo, hasta en el pirómano. Y, cómo no, es la finalidad del propio incendiario que, lejos de cualquier sutileza, le prende fuego al monte y santas pascuas, ya sea por amor al daño en sí, por deseo de un beneficio indirecto o por distraer la atención de otros incendios más peligrosos que aspiran a incinerar hasta las raíces toda una sociedad.

En nuestro mes de agosto, han ardido centenares de miles de hectáreas de tierra española, aunque haya habido menor número de incendios que otros años. Es gravísimo, sin duda. Pero ha sido mucho más grave el fuego antidemocrático que ha avivado la conducta de un presidente del Gobierno que ha demostrado una vez más su falta de sensibilidad y de sentido del deber ante catástrofes terribles. Quedará para siempre en la memoria que él se bañaba bien protegido mientras media España ardía y lo perdía casi todo.

También ha sido una gran muestra de piromanía antidemocrática el espectáculo de unos partidos atizando las llamas en el predio de los demás mientras veían cómo las insidias incendiarias de los enemigos provocaban la quema de sus patios. ¿Por qué lo ha sido? Porque no se ha tratado de la verdad, algo que podría haberse descubierto fácilmente, con pruebas, pelos y señales. No, no. Se ha procurado medrar en medio del humo y la tragedia de miles de familias.

Sí, estamos ante el colosal intento de abrasar la democracia española y sus instituciones para provocar su quemazón definitiva. Naturalmente, a tal estrago sólo puede sucederle un régimen autoritario, del tipo que sea, duro o blando. No ha sido la consecuencia de una sola cerilla sino el resultado, espero que consciente porque lo contrario sería una infamia mayor, de la sucesión de una serie de combustiones controladas para impedir, por el olvido y la propaganda, el reconocimiento de la hoguera nacional que hace cenizas la convivencia democrática.

He comprobado que fue Macarena Olona la que en un debate con el Pablo Iglesias de Galapagar y ahora también de la nueva taberna Garibaldi, costeada por sus dóciles buenistas, le espetó el calificativo global de "pirómano de la democracia". Y es cierto que lo es, pero lo es coherentemente. ¿Cuándo se ha visto que un comunista defienda la democracia como forma de gobierno? Nunca, claro, pero lo parece porque ahora no mola sacar la patita dictatorial que está genéticamente inscrita en la historia de todo marxismo consecuente.

Pero el problema para la España democrática no son sus pirómanos declarados. La España que quiere ser democrática porque cree que sólo una convivencia segura en libertad y en el marco de un Estado de Derecho es la forma superior conocida de la civilización –hasta el momento y a pesar de sus defectos–, tiene otros incendiarios encubiertos y disfrazados de demócratas que con llamaradas de palabras banales que ocultan hechos vergonzosos, están acabando con toda ilusión, incluso de una mera coexistencia.

Está por escribirse una historia de la piromanía antidemocrática en España desde el momento mismo de la Transición, que sembró de explosivos inflamables los caminos constitucionales, desde el mantenimiento de los fueros medievales y privilegiados al poder desmedido, casi exclusivo, de los partidos, pasando por la negligencia de hacer depender la independencia judicial de la voluntad de sus enemigos. Y así podría seguirse sucesivamente.

Confieso que no sé lo que hay que hacer para apagar este fuego que está prendiendo todo el arbolado de la democracia. Que los gobiernos de Pedro Sánchez están acelerando esta ignición no ofrece duda alguna. Tal vez un congreso, reunión, encuentro o conferencia de notables, reconocidos y experimentados defensores de la democracia liberal, pudiera aportar algunas luces. Se trata de evitar que los pirómanos logren su objetivo de convertir a España en una tierra quemada para toda esperanza de repoblación de valores básicos como libertad, justicia, decencia y veracidad. ¿Tan mal estamos que ni siquiera se propone algo así?

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