
Ha corrido en redes sociales ese fragmento del pregón de las fiestas de un barrio de Barcelona, el de Sants, en el que dos mujeres son poseídas por una especie de chocante furor y comienzan a gritar como auténticas dementes. Se trata de dos actrices de un grupo de teatro llamado La Calórica encargadas de pronunciar el pregón y que entraron en esa especie de trance para censurar la actuación de Israel en Gaza y el supuesto genocidio que estaría llevando a cabo.
La hipnótica secuencia de esas señoras o señoritas es una de las tantas muestras de judeofobia que se suceden en Barcelona a todos los niveles, de la política a la calle, de los plenos municipales a las fiestas populares. El discurso del odio contra Israel está en los medios y está hasta en las escuelas. En muchos edificios públicos y privados se ha sustituido la bandera separatista por la palestina.
Como es normal, casi nadie tiene la más remota idea de los antecedentes, de la historia, de los efectos de la propaganda, de las consecuencias de la desinformación y de lo que sucedió el 7 de Octubre de 2023, cuando más de 1.400 judíos fueron asesinados y otros trescientos secuestrados por los terroristas de Hamas.
La adolescente de Barcelona que se adorna con un pañuelo palestino no sabe qué es Hamás y muy probablemente no tenga noticia alguna del Holocausto. El apuesto profesor que tenía que explicárselo prefirió hablarle del "conflicto de Oriente Medio" y de los niños palestinos. Porque en Israel, como sabe todo el mundo, no hay niños secuestrados y degollados, solo sanguinarios militares judíos y feroces rabinos ultraortodoxos.
Eso es lo que dicen personajes como Ada Colau, partidos como la Esquerra de Junqueras o los propios socialistas con el presidente de la Generalidad, Salvador Illa, y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, a la cabeza. Cada dos por tres el Ayuntamiento, la Generalidad y hasta los consejos comarcales denuncian la intervención militar de Israel sin dedicar ni un segundo a las causas de tal intervención.
Criticar a Israel es una convención barcelonesa. La ciudad conserva ese tic a pesar de la paulatina pérdida de identidad. El mismo edificio de la Generalidad está construido sobre las ruinas de la casa del financiero y poeta judío catalán Moixé Natan, saqueada, arrasada e incendiada en el pogromo de 1391. Y es que Barcelona dispone de una larga tradición en materia de señalamientos, avisos y consecuencias.
Siempre ha existido una Barcelona judía a pesar de todo. Hoy en día, la principal sinagoga de la ciudad está permanentemente custodiada por la policía de la Generalidad. Ha habido manifestaciones delante de un hotel porque la propiedad era israelí. Y pintadas con amenazas en centros culturales judíos. Tal vez en Alemania quienes promueven esas conductas o no hacen nada para evitarlas estarían en la cárcel. Aquí están en el pleno municipal, votando a favor de romper las relaciones con Israel y acusando a los judíos de provocar un exterminio. A los judíos, sí.
La ignorancia es lo que tiene, ese frívolo fanatismo, esa alegre inconsciencia, esa atávica reverberación del catolicismo más rancios en las declaraciones de Ada Colau, Jaume Collboni y Yolanda Díaz, entre otros egregios representantes de esa izquierda que considera que la única iglesia que ilumina es la que arde. Pero eso sí, "no a la Guerra". Siempre.
