
Sabido es que los idiotas han existido siempre o, al menos y con ese nombre, desde las viejas ciudades griegas. Por aquel entonces, el idiota era quien no participaba de los asuntos públicos, bien porque prefería atarearse con las cuestiones privadas o bien porque no le dejaban actuar en la vida política de la ciudad. Esto es, el idiota era despreciable, no porque fuera tonto o lelo, como creemos ahora, sino porque no tenía un alma política, un espíritu ciudadano, o no le interesaba el destino de su patria o polis. Imperdonable.
Luego, con las élites romanas dirigiendo el mundo que dominaban, los idiotas, que seguían existiendo, ya representaban otra cosa: la indocumentación, la rudeza, la ignorancia, la incultura, la ineducación y otras lindezas similares, hasta llegar a identificarse con los débiles mentales, los estúpidos, los cerebros chamuscados, los discapacitados para juicios fundados y sensatos.
¿Saben qué pasa? Pues que, en nuestro tiempo, desde el siglo XX hasta hoy, hay muy pocos, si es que los hay, que puedan estar bien informados sobre los asuntos públicos y esto es un hecho comprobable. Son escasos los capaces de acceder a información relevante sobre cualquier cosa que afecte a los intereses generales de la Nación, si es que es posible hoy mencionar tal concepto y si, de existir, pueden identificarse tales intereses.
Esto es, hay una inmensa mayoría demostrable –seguramente ha sido así en todas las épocas–, que no es que quiera o no ser indocta o ignorante o estúpida, que no es que quiera o no intervenir en los asuntos públicos, que no es que quiera o no reducir su actividad al ámbito privado, sino que no tiene más remedio que ceñirse al ámbito de su experiencia o interés particular porque no tiene acceso a los datos públicos esenciales. En realidad, hasta los que creen que ellos no son idiotas, lo son porque es imposible conocerlo todo de todo. Y mucho menos aún, conocerlo a fondo, con posibilidad de tomar decisiones más o menos seguras, sobre el tema que sea.
Que gobiernen los idiotas no parece ser lo más sensato para una nación que se respete y que quiera tener futuro. Por eso, la democracia suponía que si la mayoría se equivoca, mucho más puede equivocarse la minoría no elegida porque hay –debe haber, claro– un proceso de selección de gobernantes que debe llevar a las más altas responsabilidades a los menos idiotas de todos los conocidos, que somos legión, como los tontos de Santo Tomás de Aquino.
A pesar de todo, una cosa es considerarnos humildemente idiotas por nuestra indisposición para disponer de una información relevante y precisa y otra consentir que, por si fuera poco, se nos tome por idiotas irremediables y se nos pretenda inculcar estupideces evidentes en nuestra capacidad de juicio por escasa que sea. Contra esos manipuladores, los idiotas sensatos no tenemos otras armas que poner de manifiesto la idiotez de algunos gobernantes y, en cuanto se pueda, disparar millones de votos contra sus poltronas.
No disponemos de información relevante pero sí de lógica elemental y de experiencias básicas. Verán, si la causa de los incendios es el voceado y manoseado cambio climático, los fuegos deberían distribuirse más o menos uniformemente por el planeta. ¿O es que estamos ante un fenómeno caprichoso y selectivo que se ceba en algunas zonas de la tierra respetando a otras? Pues de los más de 102 millones de hectáreas quemadas en el planeta desde enero a agosto, la mitad se han calcinado en África y otra tercera parte en Asia y Oceanía, Australia inclusa.
Se dirán cosas sobre la latitud y las peculiaridades. Pues bien. Como se destacó esta semana en La Noche de Dieter, ¿es lógico que el cambio climático que se cierne, predican, sobre toda la Unión Europea, suponemos que por igual, sea tan gratuito que permita que del más del millón de hectáreas quemadas, España –con sus autonomías– y Portugal –sin ellas– tengan en su haber casi el 70 por ciento? ¿Qué clase de castigo divino es éste para nuestra península?
Y luego, ¿cómo conciliamos lógicamente la acusación al cambio climático con la contundente evidencia que cifra en un 95 por ciento del total el número de incendios originados por la actividad humana? Es más, ¿cuál ha sido el papel de los casi 50 detenidos y más de 130 imputados este año por causar incendios en España?
Finalmente, para reventón de toda lógica común está el dato marroquí. Sorpréndanse porque con temperaturas medias más altas –más o menos cinco grados en promedio nacional–, en Marruecos no llegan a 1.000 las hectáreas quemadas hasta agosto de este año mientras que en España se han consumido 400.000, 400 veces más. Cierto que España tiene más superficie arbolada que el vecino del Sur –proporción 3 a 1–, pero ese dato exigiría que en Marruecos hubieran ardido al menos 130.000 hectáreas, pero no.
¿Cambio climático? Podemos sabernos idiotas, reducidos a la vida privada y a los datos oficiales, casi nunca reales y relevantes, pero lo de tomarnos por idiotas es peligroso porque podemos rebelarnos en las urnas, el único apagafuegos que nos queda. Por ahora.
