Los huevos de la ministra
Cuando naces varón, igual que te instalan el cerebro, la futura pelusilla del bigote, y el amor al Real Madrid, te plantan dos testículos como si fueras el maldito toro de Osborne, que no es optativo.
La ministra de Igualdad ha puesto un huevo de oro de 1.986.379,82 euros. Un huevazo. Un huevazo suyo, pero nuestro, que en el Gobierno nunca saben si fue antes el contribuyente o la gallina. El resultado, el anuncio institucional "por huevos" que, en palabras de Ana Redondo, va a "resignificar lo que es una expresión de fuerza, de dominación, de violencia, o de testosterona irracional o de testosterona rancia".
Testosterona rancia es la que tengo yo, que pasados los 40 la hormona se va a otros cuerpos por las leyes antipatriarcado de la naturaleza, si bien tengo el flanco cubierto porque sigo el consejo de Tucker Carlson para mantener la buena hombría, que es broncearse las íntimas zonas a pleno sol. Desde que lo hago, no sé si mi testosterona es más rancia o jovial y juguetona, pero a cambio con cierta frecuencia tengo los huevos fritos, que es dolor o placentero manjar según se mire hacia abajo o hacia Casa Lucio.
A los de la compañía publicitaria que ganó la adjudicación los tenía por talentosos y audaces. Ahora ya solo los tengo por audaces, por haber sabido presentar este bodrio a la única institución adecuada para comprárselo. Todos los que se presentan a concursos públicos con este Gobierno ofrecen sus productos más cutres, menos elaborados, y, si cuadra, más sectarios, porque saben que son los únicos que apreciarán. Y una vez más, acertaron.
Es difícil hacer un anuncio sobre machismo, mencionar los huevos para arriba y los huevos para abajo durante más de un minuto, y conseguir que no tenga gracia. Y lo han logrado. El actor Paco León trata de hacer algún giro gracioso, pero lo he visto cuatro veces y resulta imposible reírse sin ayuda de una docena de cigarritos de la risa. Si se trataba de hablar de huevos de hombre a hombre, el éxito habría sido sacar al Fari o a Quique San Francisco, que en paz descansen, aunque dudo que se prestasen a tan ridículo papel.
Veamos. Mi obligación es tomarme en serio el mensaje. "Llorar no te hace tener menos huevos, ni gritar te hace que tengas más", dice el spot. Filosofía política de alta alcurnia para la crema de la intelectualidad feminista. "Tenemos que cambiar la manera de tener huevos", concluye el anuncio, y yo por si acaso me he llevado las manos al hueverío, como en una barrera ante Ronaldo, que en manos del Gobierno tal globo sonda puede traducirse en 24 horas en un decreto exprés anunciado en rueda de prensa por Ana Redondo armada con grandes tijeras para podado masivo.
La secretaria del Estado de Igualdad –existe el cargo— ha ido más allá al asegurar que a los hombres se nos enseña a ocupar "ciertas jerarquías, a tener huevos". Cómo explicarle que los huevos vienen de serie con todo el pack, no es aprendido. Sin ánimo de ofender a los que se autoperciben ameba, cuando naces varón, igual que te instalan el cerebro, la futura pelusilla del bigote, y el amor al Real Madrid, te plantan dos testículos como si fueras el maldito toro de Osborne, que no es optativo.
En la rueda de prensa la ministra se ha dirigido a los jóvenes. Dice que está muy preocupada porque las encuestas señalan que cada vez apoyan menos las iniciativas de igualdad. Sin gran esfuerzo intelectual, Redondo –ahora ovalada— podría deducir que tal vez los chavales están ya hasta los pacoleones de que se les plante cada año en el instituto una charo-pelo-rosa a darles un taller de nuevas masculinidades, en el que se les dice que lo que tengan en la entrepierna no los hace hombres o mujeres, o que el niño es violador por naturaleza. Pero no. Lo que hace Redondo es cascarles otro anuncio ridiculizándolos a ver si así, piensa, se sienten "partícipes de la transformación social" de los huevos. Visionaria.
Yo creo que ahora sí que sí. Tras esta campaña de 1.986.379,82 euros, mañana mismo no habrá un solo adolescente borracho en España preguntándole al colega: "¿A que no hay huevos a otro chupito?". Ahora dirán: "Jorgito, o Jorgite, sin ánimo de aludir a las patriarcales y fascistas partes, ni hacerte sentir más o menos testosteroso, ¿tendrías a bien ingerir conmigo un chupito o chupita de Jägermeister antes de partir hacia nuestro hogar para cumplir con nuestro precepto sabatino de recitar la letanía de la Igualdad desde lo alto de un banco morado?". "Andresito, compa, no puedo, me voy, porque llevamos 14 chupitos, veo doble, el perro se ha comido mis llaves de casa, mi carro me lo robaron, y creo que tengo fiebre amarilla". "Jorgito, déjate de historias: ¿qué pasa, no hay huevos?". "Pide cuatro, Andresito. Cuatro".
Estaba visto. Un anuncio redondo.
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