
Cada vez hay más indicios de que hay un acuerdo entre Trump, Putin y Xi Jinping para repartirse el mundo en esferas de influencia. América, Oriente Medio y Oceanía para Trump; Europa y África subsahariana para Putin, y Asia para Xi. Rusia viola el espacio aéreo de la OTAN y Trump da una respuesta tibia. China penetra en las exrepúblicas soviéticas de Asia Central y Putin no levanta una ceja. Assad cae en Siria y al Kremlin le es indiferente. Israel ataca Irán y Putin y Xi no mueven un músculo.
Más pistas da Trump. Recién vuelto a la Casa Blanca le dio por decir que se quedaría con Groenlandia y se anexionaría Canadá. No sólo, sino que luego dijo que se apoderaría del canal de Panamá, de donde los chinos se fueron sin rechistar y así quedó la cosa. Ahora tiene una fuerza de desembarco de 2200 marines dando vueltas en el Caribe y ha hundido dos lanchas supuestamente venezolanas dedicadas el tráfico de estupefacientes. Para combatir el narcotráfico en aguas internacionales no hace falta infantería de marina. Además, está presionando a las autoridades brasileñas para que le revoquen la condena a su compadre, Jair Bolsonaro. Todo a la vista, ciencia y paciencia del Kremlin y de Pekín. Y no esconde su deseo de desentenderse de Europa, a la que ataca como un adversario más. Tal vez, por razones de tradición diplomática, Gran Bretaña se salve del repudio.
A finales de los cincuenta, cuando la URSS alcanzó la paridad atómica con Estados Unidos, se planteó cómo tenía que responder Washington a una invasión soviética de Europa Occidental. Dado que nuestras fuerzas convencionales eran muy inferiores, la única forma de defendernos era que Washington recurriera al arma atómica. A eso se le llamó respuesta masiva. Sin embargo, era poco creíble que, por defender Bonn, Estados Unidos arrasara Moscú y se arriesgara a ver planchada Nueva York. De modo que se elaboró la doctrina de la respuesta flexible, que contempló el empleo de armas nucleares tácticas en el campo de batalla para compensar la abrumadora inferioridad en tropas y armas convencionales que padecíamos frente al Ejército Rojo.
Hoy, aunque gracias a una superior tecnología disponemos de fuerzas convencionales capaces de detener a los rusos, lo que está claro es que Putin, antes de tener que aceptar una derrota, recurrirá a sus bombas atómicas. Cabe esperar que usará primero las tácticas, de las que dispone unas 2.000. Nosotros tenemos en Europa tan sólo 100 y son norteamericanas. De manera que, si Putin nos agrede, tan sólo podemos aspirar a lo que han hecho los ucranianos, detenerles y contenerles. Y, si Estados Unidos desertara, ni eso porque no habría forma de evitar que Putin, en última instancia, empleara sus armas atómicas tácticas al no tener nosotros ninguna. Y podemos estar seguros de que ni Francia ni Reino Unido recurrirán a las únicas que tienen, que son estratégicas, para defender el corredor Suwalki porque eso significaría la destrucción de París o Londres.
En consecuencia, necesitamos armas nucleares tácticas en número suficiente como para neutralizar las 2.000 que tiene Putin y así tener una oportunidad de vencerle en una guerra exclusivamente convencional. Ya que, si estamos en condiciones de vencerle y no tenemos bombas atómicas tácticas, él, antes de perder, empleará las suyas y de una u otra forma nos someterá.
Ahora, si queremos que nuestra política exterior siga centrada en conseguir que el catalán sea oficial en la Unión Europea y el Festival de Eurovisión expulse a Israel, podemos mantenernos focalizados en esos objetivos tan elevados. Pero no sobraría que, mientras tanto, vayamos aprendiendo algo de ruso.

