
Todo el foco apunta hoy a los socios de Sánchez como si de ellos dependiera la duración de la legislatura. No es así. Una vez que lo invistieron, aquélla durará lo que quiera el presidente. Los únicos que pueden derribar a Sánchez son sus compañeros socialistas. Y sólo aquéllos que respondan ante los electores, no ante Sánchez mismo. Hoy, sólo hay tres. Chivite, en Navarra, tras haberse dejado seducir por Cerdán, no está para rebeliones. Adrián Barbón, de Asturias, es más crítico, pero tiene el lastre de ser presidente de una comunidad autónoma de acrisolada fe socialista y no puede levantarse contra Sánchez sin ser acusado de traidor. El tercero es Emiliano García-Page, que es la única oposición real a Sánchez en el PSOE. Si en otros territorios, como Andalucía, Valencia, Aragón o Madrid, ganaran los socialistas, los vencedores sentirían la tentación de hacer lo que Page, enfrentarse a Sánchez para conservar a su electorado. Y la dirección de éste estaría en peligro. Por eso, el secretario general necesita que el PSOE pierda en ésos y en los demás territorios.
Y no sólo para mejorar sus exiguas opciones de vencer en las generales, sino sobre todo para seguir siendo secretario general aun perdiéndolas. Nadie ha sido nunca capaz de volver a dirigir su partido tras ser defenestrado por la dirección. Sin embargo, Sánchez lo fue. ¿Por qué no ser también él el primero en aspirar a un ulterior mandato después de haber sido humillado en las urnas? Se ve tan cómodo oponiéndose a la oposición que está convencido de que, sin el desgaste de presidir el Gobierno, Feijóo no le duraría más de una legislatura.
Pero, para poder hacer eso, tiene que ser capaz de mantenerse al frente del partido. Y eso exige que en los territorios no haya críticos. Y la mejor manera de que no los haya es haciendo que los socialistas no ganen elecciones autonómicas. De ahí que el presidente mande a María Jesús Montero a Andalucía o a Óscar López a Madrid o a Pilar Alegría a Aragón o a Diana Morant a Valencia, no obstante ser pésimos candidatos y tener prácticamente garantizada la derrota. Y es que los manda precisamente por eso, por ser tan malos y porque así se asegura una derrota que le ayudará a mantener a su partido en un puño.
Toda esta estrategia de ganapierde se funda además en que las autonómicas y las consiguientes debacles socialistas han de ser anteriores a las generales porque, si fuera al revés, la previsible derrota de Sánchez produciría un clamor para echarle y así mejorar las opciones del PSOE en las autonómicas. De modo que, tanto los socialistas como los que no lo son, pueden dar por hecho que las autonómicas de mayo de 2027 serán antes que las generales y el PSOE perderá en casi todos sitios, a ser posible, también en Castilla-La Mancha. Y eso será así para que las generales, que serán a continuación, no obliguen a Sánchez, si saliera derrotado, a abandonar la secretaría general del partido. Cuando dice que él no está pensando sólo en 2027, sino también en 2031, no lo dice a humo de pajas.
