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Los Sánchez-Gómez, por la cara

Junto a las malas prácticas hay una actitud. Una actitud de superioridad y prepotencia insoportables.

Junto a las malas prácticas hay una actitud. Una actitud de superioridad y prepotencia insoportables.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez, a su llegada a la premiere de "El cautivo", de Alejandro Amenábar, este miércoles en el cine Callao en Madrid. | EFE

"No hay nada", dijeron desde el principio. Sánchez lo puso por escrito, mientras meditaba, en una carta de sintaxis incorregible: "Soy consciente de que denuncian a Begoña Gómez no porque haya hecho algo ilegal, ellos saben que no hay caso, sino por ser mi esposa." A medida que la nada se va llenando y que se llena con informes intachables como el de la Intervención General del Estado, aquello de las denuncias de chiflados compuestas, como las cartas de los chantajistas, con recortes de "pseudomedios" sospechosamente "derechistas y ultraderechistas", todo eso, en fin, ha perdido fuelle y el lacónico "no hay nada" que se entona por rutina suena a irónico silencio sepulcral.

Del silencio surgió el otro día, cuando le tocaba comparecer y no compareció, un argumento o algo parecido de la defensa de Begoña Gómez que es memorable. "Si eres un juez instructor que fuma y pides a un agente judicial que te compre un paquete de tabaco, no sería reprochable penalmente". Ese fue el ejemplo que puso el abogado Camacho para alegar que no hay malversación en las gestiones que hizo a favor de los proyectos profesionales privados de Begoña Gómez su asesora Álvarez, contratada por Moncloa y pagada con dinero público, para que se ocupara de coordinar su agenda institucional.

La analogía del abogado tendrá o no tendrá peso en su defensa, pero de un modo involuntario transmite gráficamente el tono y el ambiente de un asunto que va del aprovechamiento de recursos públicos para actividades estrictamente privadas. La escena que nos propone Camacho es la de un juez que manda a un agente judicial a hacerle un recado personal, y lo hace como si fuera lógico y natural que se hagan estas cosas. Eso de "ya que está aquí, vaya al estanco a por tabaco" aunque su función no es esa, podrá parecer una anécdota sin importancia y, como dijo el abogado, sin reproche penal. Pero es un abuso. Y si la escena se desarrolla en La Moncloa y en vez de ir al estanco de la esquina se trata de promocionar - o inventarse - una carrera profesional para la mujer del presidente y conseguir apoyos o financiación, dejamos la anécdota y entramos en la categoría. En la de no distinguir entre la esfera pública y la privada. En la de aprovechar lo público para medrar en lo propio.

La atmósfera de este folletín por entregas que tiene en el centro a los Sánchez-Gómez nos lleva a situaciones impropias de un Estado moderno. No solo por mandar a hacer gestiones o recados a empleados públicos que no están para eso; no solo por beneficiarse del poder del Gobierno para obtener un puesto o una cátedra; no solo por hacer valer la posición que tienes para favorecer a empresas que, a su vez, te dan a algo a cambio. Junto a las malas prácticas hay una actitud. Una actitud de superioridad y prepotencia insoportables. Volvemos con ellas a épocas en que alguien con poder se plantaba ante un funcionario con lo de "no sabe con quién está usted hablando" y el funcionario tenía que achantarse.

La actitud gubernamental frente a los jueces que instruyen casos sobre la esposa y el hermano de Sánchez es la de "no sabe usted con quién está hablando y se va a enterar". Hoy no comparezco que es sábado, lo de declarar va a ser que no, si me interroga, me río del juez (Bolaños) y cada día, uno tras otro, humillo y ataco a los funcionarios que no se achantan. Es tan premoderno todo esto, tan de folletín decimonónico y de novela costumbrista, que hace olvidar que los Sánchez-Gómez son como son por ser muy contemporáneos. Son un tipo de gente que te topas por ahí, y que cada vez parece más abundante. Son los que van a lo suyo pasando por encima de lo que sea y de quien sea. Son los que se acostumbran a vivir por la cara. Y esta pareja de la que hablamos, literalmente. Vivir de la cara y por la cara.

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