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Anna Grau

¿Y ahora qué hacemos con el embarguito?

Extraordinaria visión política la de los que han aprobado el embargo de armas a Israel horas antes de que se firmara un alto el fuego que ojalá que dure.

Europa Press

Sin duda, Spain is different. Lo era con Franco, lo es con Sánchez. Ambos diciendo una cosa y haciendo la otra respecto a Oriente Medio. Y menos mal que era y es así, porque, si la broma nos sale cara, no quiero ni pensar si fuese en serio. El embarguito de armas a Israel ya era una vergüenza antes de ayer, teniendo en cuenta que los mismos que lo pedían mandaban cuantiosas ayudas a la Entidad Tuneladora de Gaza y palmas y oles a la flotilla que nunca cargó ni una bolsa de pipas para nadie. Sólo bombonas de ego para sus tripulantes y de oxígeno para Hamas. Cada día que ha transcurrido y transcurra sin que la paz se materialice, cada civil palestino muerto, cada rehén languideciendo en los túneles, pesa sobre la conciencia de esta gente. Porque todo esto podía haber acabado mejor y mucho antes.

Extraordinaria visión política la de los que han aprobado el embargo de armas a Israel horas antes de que se firmara un alto el fuego que ojalá que dure. ¿Y ahora qué? ¿Se suspenderá dicho embargo? ¿O lo sostenemos y no lo enmendamos? Están los justos entre las naciones y están los profesionales del ridículo internacional.

Hasta en Egipto, Jordania, Turquía y Qatar estaban y están hartos de Hamas. Hasta en Irán se dan cuenta de que se les pasa el arroz. Hasta Assad salió por piernas de Siria. Sólo en el Congreso de los Diputados de España prevalecen la ceguera y la autarquía. Y espérate y sujétame el cubata, porque para atrás, ni para tomar impulso. Los análisis de algunos de lo que ha pasado en las últimas horas son de traca. Que si Israel estaba aislada y en las últimas, que si la resistencia heroica de no sé qué ha doblegado a no sé quién. Paparruchas.

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Corría el año 2001 cuando visité Egipto por trabajo. Cayó en mis manos un periódico local, pero escrito en inglés, que conmemoraba el aniversario de la Guerra de Yom Kippur, cuando una invasión sorpresa de Egipto pilló a Israel tan desprevenida como el 7 de Octubre. Al principio. La reacción hebrea fue tan fulminante que al final el grueso del ejército egipcio, 30.000 hombres, quedó atrapado en un desierto de la muerte donde no había que hacer nada: sólo dejarles perecer de sed. Henry Kissinger fue a la carrera a pedirle a Golda Meir que fuese "razonable". Tuvieron aquella famosa charla en la cocina en la que él aseguró ser antes americano que judío, y ella le contestó que no problem, que los judíos están acostumbrados a leer al revés. El quid de la cuestión es que el mundo árabe emprende guerra tras guerra, las pierde casi todas y luego digiere muy mal la derrota. Golda Meir acabó accediendo a ahorrarles la humillación final a cambio de un tratado de paz con El Cairo que acabara para siempre con el escarnio de la Entidad Sionista. A cambio de reconocer seriamente a Israel. Lo cual les vino de perlas a los egipcios, por cierto, para sacudirse las zarpas de la URSS y acercarse a Estados Unidos. Prueba de ello es que el que mandaba las tropas en aquella guerra, un tal Mubarak, llegaría a ser presidente de su país con un apoyo de Washington antes inimaginable.

¿Bien está lo que bien acaba? Sin duda. Pero no sé si tanto como para que en 2001, gobernando todavía el tal Mubarak, aquel periódico egipcio que yo leí conmemorara la Guerra de Yom Kippur como una victoria colosal. Yo leía y leía atónita, esperando encontrar alguna mención, ni que fuese al final de todo, de que a fin de cuentas tal guerra la perdieron ellos. Nada. Cero. Como si lees una crónica de los éxitos de Hitler en la Segunda Guerra Mundial obviando el detallito del Desembarco de Normandía.

Confusa le pregunté a un conocido egipcio cómo era eso posible. El tipo le quitó hierro: que en el fondo daba lo mismo porque al final fue un gran avance diplomático. Igual que ahora, ¿ven? Hamas se tiene que rendir, pero sin que se note. Que parezca que han ganado.

En fin. A lo mejor se entiende que cada cual arrime el ascua a su sardina, o a su bandera palestina -bandera que si un día llega a ondear sobre un país de verdad, se lo tendrá que agradecer, insisto, más a la terca supervivencia de Israel que a la opinable solidaridad del mundo árabe…-, pero aquí en casa, entre nosotros, por lo menos nos podríamos quitar las orejeras y la careta y ver las cosas como son. Quien con wokes se acuesta, mojado se levanta. Sin honra, sin barcos y sin ninguna credibilidad.

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