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EDITORIAL

Puigdemont pretende que se le tome en serio

Atrapado en Waterloo, cada vez más aislado, con unas perspectivas electorales nefastas y convertido en un meme, Puigdemont es el hazmerreír de la política española.

Pedro Sánchez está tan acostumbrado a las amenazas de ruptura del prófugo Carles Puigdemont que se las toma a título de inventario. Fue a finales del año pasado cuando el líder golpista catalán comenzó a expresar ciertas dudas y reticencias sobre el cumplimiento del llamado "Acuerdo de Bruselas" del 9 de noviembre de 2023, el infecto pacto de investidura suscrito por el secretario general de Junts, el indultado Jordi Turull, y el ahora preso y entonces secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán.

Aquel documento era una rendición en toda regla del Estado de derecho a los golpistas, una bofetada a la democracia, una afrenta a los derechos y la igualdad de los españoles que Sánchez ordenó firmar a fin de mantenerse en la Moncloa pese a haber perdido las elecciones. De entonces a acá, Sánchez ha hecho todo lo posible por satisfacer al delincuente fugado. La ley de amnistía es la prueba evidente, pero esa mal llamada ley contiene tantos agujeros y es tan defectuosa que sus efectos no han alcanzado a Puigdemont, pendiente de lo que diga la justicia europea sobre el delito de malversación.

Con el Gobierno a sus pies, Puigdemont se aprestó a explotar al máximo la precariedad parlamentaria del Ejecutivo y vendió a sus huestes que Sánchez sudaría sangre en cada votación porque el independentismo estaba dispuesto a cobrar por anticipado. Con el paso de los meses ha quedado clara la disposición de Sánchez a satisfacer a Puigdemont así como que la ley de amnistía es una de las mayores chapuzas de la historia legislativa española. También es evidente que hay promesas que por mucho que quiera Sánchez no puede cumplir. He ahí la oficialidad del catalán en la Unión Europea, cuestión en la que el inverosímil ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha arrastrado el prestigio de España sin resultado alguno ante la negativa de la mayoría de los Estados miembros de la UE a aceptar el chantaje socialista y separatista.

Otro asunto encallado es el del traspaso de las competencias en materia de control fronterizo e inmigración. En ese caso, Sánchez y Puigdemont han topado con la negativa de Podemos, lo que ha convertido la promesa en otro caso de papel mojado. A todos estos incumplimientos hay que añadir la desazón y el malestar que le producen al líder golpista negociar con José Luis Rodríguez Zapatero, acostumbrado como estaba a entenderse con Cerdán.

El dirigente de Junts está, además, desquiciado por la irrupción de los ultras de Aliança Catalana, el partido de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols. Todas las encuestas auguran un espectacular avance de ese partido principalmente a costa del electorado de Junts, aunque también atrapa votos de todos los partidos, incluidos los no nacionalistas. El completo desbarajuste en materia de inmigración y los años de descontrol propiciados en gran medida por los propios nacionalistas (que optaron por fomentar la inmigración islámica frente a la hispanoamericana) son ahora la munición de Aliança Catalana para adelantar a los desconcertados posconvergentes.

Atrapado en Waterloo, cada vez más aislado, con unas perspectivas electorales nefastas y convertido en un meme, Puigdemont es el hazmerreír de la política española, un juguete roto al que los socialistas han perdido el respeto y al que zarandean como un auténtico muñeco de trapo. Se escudan en que la alternativa a que sean otros los que se rían de Puigdemont es peor para el prófugo. Cuando el líder de Junts amenaza, el sanchismo replica que el panorama de un Gobierno PP-Vox no es precisamente un buen negocio para los separatistas y que dichos separatistas son los menos interesados en acudir a unas elecciones anticipadas. Pero hasta un hombre como Puigdemont tiene sus límites.

La opinión mayoritaria en Junts es que ha llegado el momento de romper con Sánchez y dejar que el líder socialista se estampe. El mismo Puigdemont alimenta la idea de la ruptura, pero en su ánimo pesa la sombra de la malversación, la no aplicación de la amnistía y una creciente irrelevancia en Cataluña. En el PSOE no parecen muy preocupados por las amenazas de Míriam Nogueras en el Congreso ni por la reunión convocada para el próximo lunes en Perpiñán de la cúpula de Junts. Creen que tienen al prófugo atenazado por sus propias contradicciones, que no se atreverá a romper al menos hasta que no tenga la amnistía en sus manos.

Es un análisis frío y ajustado, pero si una cosa ha demostrado Puigdemont a lo largo de su incalificable carrera política es que se trata de un personaje imprevisible, impetuoso y totalmente contradictorio cuya principal virtud es acaparar la atención. Lo demostró con su irrupción en Barcelona en agosto de 2024, una "hazaña" cuya principal consecuencia fue poner en tela de juicio otra vez el papel de la policía política de la Generalidad. Con sus antecedentes, Puigdemont pretende que alguien le tome en serio. Al menos Sánchez, a quien instaló en la Moncloa a cambio de una amnistía que no llega y unos acuerdos que no se pueden cumplir. Otro fracaso más de un hombre que empieza a ser seriamente cuestionado en su propio partido.

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