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El bolso de Yolanda Díaz y aquel chalet de Galapagar

El gusto por la moda cara y el lujo es un problema para Yolanda Díaz. Lo tiene, pero en vez de reconocerlo, lo niega. Se acuerda del chalet de Galapagar que enterró a su examigo Iglesias.

El gusto por la moda cara y el lujo es un problema para Yolanda Díaz. Lo tiene, pero en vez de reconocerlo, lo niega. Se acuerda del chalet de Galapagar que enterró a su examigo Iglesias.
Gtres

Los bolsos están haciendo historia. Anecdótica, sí, pero mucho de lo que hoy pasa por histórico es una nota al pie. Después del bolso de Saénz de Santamaría, aquella pieza imponente, que ocupó el escaño del presidente del Gobierno durante las horas, para él aciagas - para el presidente más que para el bolso - de la moción de censura, tenemos el bolso de la hija de Yolanda Díaz, que hizo una aparición más fugaz, pero impactante. Son bolsos que hacen historia de aquella manera, porque van de la mano de dos vicepresidentas, pero sus casos son distintos. Uno saltó al primer plano por su chocante papel de sustituto, en razón del cual se averiguó que era auténtico, de marca, y que costaba un pastón. El otro lo hizo de entrada por ser de marca y costar un pastón y después porque, según dijo Díaz, es una falsificación.

Entre el problema que representa el gusto por productos de lujo en una política que denuncia los privilegios de los ricos, y el problema de comprar falsificaciones, contra lo que alerta el Gobierno del que forma parte, Díaz ha optado por lo segundo, aunque sin reconocer la compra, que atribuyó a unas primas de su hija. No la libra esto de haber aceptado el regalo y de mostrarlo. Pensará que es menos malo que aparecer como una fanática de las marcas más caras siendo al mismo tiempo una adalid (siempre supuesta) de los desfavorecidos. El caso de Pablo Iglesias y su chalet de Galapagar, muy distinto en sus dimensiones, está ahí como recordatorio de que si vas de estar con "los de abajo", no te puedes comportar como "los de arriba". Aquello acabó con Iglesias y prácticamente con Unidas Podemos. No fuera a ser que por un bolso, Díaz y Sumar sufrieran la misma suerte.

El fetichismo de las marcas es un mal extendido y las falsificaciones existen para el que no puede o no quiere permitirse lo auténtico. Pero el fetichismo lo padece igual. Quiere parecer, en definitiva, rico. Y esto ha dado lugar a un mercado de falsificaciones que provoca destrucción de empleos, algo de lo que debe ser consciente una vicepresidenta que lleva la cartera de Trabajo. Díaz se escabulle del marrón apelando al mercadillo, lugar popular al que ha apelado de forma populista. En el de Vilanova de Cerveira, en el vecino Portugal, el bolso de Marc Jacobs de 250 o 500 euros te lo dan por 25, qué maravilla. Todavía no llegó allí la represión. En Vigo, como sabrá Díaz, que entonces estaba en Galicia, se clausuró el antiguo mercado de La Piedra con una operación policial de tomo y lomo, porque se vendían falsificaciones, procedentes de Portugal, y Obama lo puso en la lista negra de mercadillos pirata del mundo. De resultas de aquello y de la lentitud judicial, La Piedra estuvo cerrada durante siete años, lo que causó pérdidas también a muchos que no hacían nada malo. ¿Cómo es eso? ¿Unos tienen el privilegio de comprar falsificaciones y otros no?

El gusto por la moda cara y el lujo es un problema para Yolanda Díaz. Lo tiene, pero en vez de reconocerlo, lo niega. Se acuerda del chalet de Galapagar que enterró a su examigo Iglesias.

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