
La última vez que visité Barcelona – hace menos de un mes – el tejido comercial de la ciudad se acababa de densificar con la irrupción en las aceras de algunas calles próximas a la sede histórica de la Universidad Central de un mercado clandestino de pescado. Allí, los clientes pueden observar el género depositado en el suelo mientras pasean. Pero ya se me ha hecho saber, en concreto desde las páginas de La Vanguardia, que en el próximo viaje, que ocurrirá en breve, no solo podré disfrutar de una variada oferta de pesca de origen incierto esparcida sobre el adoquinado, sino que también llegaré a tiempo para estrenar el servicio de farmacias ambulantes que se acaba de implantar en el Raval, barrio colindante con esa nueva lonja.
Aunque la gama en las boticas improvisadas se reduce, al parecer, a solo dos fármacos, el Rivotril y otro llamado Lyrica, ambos solo accesibles con receta en las farmacias tradicionales. Por lo demás, tales compuestos actúan sobre el sistema nervioso. Así, el primero contiene el principio activo del clonazepam; el segundo es un antiepiléptico. Estos compuestos, siempre consumidos de modo simultáneo y acompañada su toma con la ingesta de alcohol y la inhalación de hachís, provocan, al parecer, un súbito efecto euforizante y desinhibitorio entre sus clientes habituales, la cada vez más amplia comunidad local de delincuentes juveniles de origen magrebí; en concreto, los especializados en la modalidad del asalto violento al turista despistado.
La creciente demanda de ese colectivo no se topa, al parecer, con restricción alguna por el lado de la oferta, puesto que las pastillas proceden de la medicación que los servicios sanitarios municipales entregan – siempre de modo gratuito – a otros jóvenes magrebíes que siguen tratamientos por adicción a drogas. En cuanto a los precios en ese mercado paralelo, me informa el periódico de que las pastillas de Lyrica se mercadean en la calle a una tarifa plana de dos euros la unidad; más económico por razones ignotas, el Rivotril cotiza a un euro. Todavía faltan dos años para las municipales, pero Orriols va a arrasar
