Estos días se está celebrando la Convención de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) y estamos todos tan tranquilos, sin prestar atención a un encuentro que podría ser decisivo para salvar a la humanidad del apocalipsis que se avecina de manera inexorable. O los seres humanos somos unos inconscientes ajenos a este drama planetario, o el calentamiento global ha entrado en fase obsolescente, eclipsado por otras tragedias mundiales como la cosa palestina, la discriminación LGTBIQ+ o Donald Trump.
El COP30 se está celebrando estos días en la ciudad brasileña de Belém, conocida por ser la puerta de entrada al Amazonas, que los organizadores han llenado de asfalto y cemento para que los participantes se sientan como en casa. El ecocidio brasileño es admisible porque se trata de mejorar el confort de miles de progresistas llegados de todos los rincones del mundo y eso bien merece destruir unos cientos de hectáreas de selva. La diosa Gaia no se ofende porque arrasen una parte de sus dominios y mucho menos porque los aviones privados que aterrizan allí para el evento lancen a la atmósfera toneladas de CO2. Los perroflautas millonarios se desviven por la Naturaleza y no contaminan por gusto; son víctimas inocentes del sistema neoliberal.
El CO2 es el gran enemigo del ser humano, según lo han decretado los políticos dedicados a la estafa climática. Es una acusación injusta porque sin ese gas la vida no sería posible, pero su acumulación en la atmósfera es lo que estaría causando una crisis pavorosa que podría acabar con la Tierra tal y como la conocemos.
Es curioso que la hayan tomado con un elemento que representa tan solo el 0,04% del aire que respiramos y del que la humanidad es solo responsable en un 3%, puesto que el resto de CO2 que llega a la atmósfera lo produce el propio planeta. Pero de ese 3% de dióxido de carbono de origen antropocéntrico, los países con mayores emisiones que han rechazado ser víctimas del timo representan las dos terceras partes. China, por ejemplo, emite la tercera parte de todo el CO2 que llega a la atmósfera y, por supuesto, no va a renunciar a seguir desarrollando su economía con centrales de carbón para contentar a unos tipos occidentales obsesionados con problemas imaginarios.
Tenemos entonces que los países firmantes de la chorrada climática solo pueden influir, en el mejor de los casos, en el 1% de ese 0,04% de CO2 presente en la atmósfera. España es responsable, a su vez, del 0,59% de los gases de efecto invernadero, por lo que todos los esfuerzos impuestos por los gobiernos del PSOE y del PP (en esto no discuten) se centran en disminuir en las próximas décadas el 0,0002% del CO2 del que somos responsables. El objetivo, como ya sabemos, es rebajar en 1,5 grados la temperatura media del planeta en 2100 para evitar que suba el nivel del mar y destruya amplísimas zonas de costa. Un peligro, por cierto, al que los trillonarios que promueven la amenaza climática parecen ser ajenos, porque tipos como Obama o Bill Gates, pudiéndose construir sus mansiones en las montañas, lo han hecho a pie de mar. ¿Es que quieren morir ahogados o qué?
El resumen de todo esto es que estamos destruyendo la economía, empobreciendo con coacciones e impuestos a las capas más desfavorecidas del mundo desarrollado, impidiendo a la gente humilde entrar con sus utilitarios a las ciudades, reservadas para que circulen los ricos con sus vehículos eléctricos, acabando con el paisaje de montaña y matando a las grandes especies de aves con los aerogeneradores que inundan nuestra geografía, arrancando miles de hectáreas de arbolado para implantar macroplantas solares, prohibiendo las obras hidráulicas, reventando embalses y poniendo en riesgo la vida de las personas por las inundaciones, con el único fin de que en 2100 la temperatura no suba 1,5º, algo que, por otra parte, no tiene necesariamente que ser un problema. De hecho, una subida moderada de la temperatura en el planeta tiene efectos muy favorables al favorecer la extensión de la masa verde, el aumento de las cosechas o la disminución de las muertes por frío, que es lo que realmente mata a los seres vivos; no un poco de calor.
Pero a todo el mundo le parece bien que nos estemos yendo a la ruina por una cuestión de la que se ríen los chinos, americanos, indios y los habitantes de otros 58 países que han dicho que lo del cambio climático no va con ellos, Dios los bendiga.
Miguel Ángel Moratinos, el inefable ministro de Exteriores de ZP, solía referirse a este asunto con su habitual expresión atropellada (el tipo piensa en lingala) como "el cambio del clima climático", un concepto muy apropiado para designar un problema que no existe, inventado para sacar a los ciudadanos el dinero que no tienen y crearles mala conciencia si encienden una estufa o no pueden comprarse un coche eléctrico de 50K.

