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Anna Grau

No pasarán (II)

En los últimos años hemos asistido a una escalada de desdén hacia la Transición española por parte de los nacionalismos excluyentes y las izquierdas reventonas.

Es curioso que, con el actual celo que ponen algunos en rescatar la "memoria democrática", se les haya pasado que este 20N no solo se han cumplido 50 años de la muerte de Franco. También se han cumplido 89 años de la del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, y de la del mítico anarquista Buenaventura Durruti. Ambos fallecidos el 20 de noviembre de 1936. Ambos mitificados e idealizados por los respectivos bandos. Lo cual no quita para que hayan quedado algunas dudas.

A Primo de Rivera lo fusilan los "rojos" en la cárcel de Alicante donde le tenían preso. Siempre se ha sospechado que Franco no hizo ni mucho menos cuanto estaba en su mano para salvarle. Que prefería a un "ausente" que a un "presente" que le hiciera sombra. ¿Habría podido salir un régimen distinto de la guerra civil española, incluso ganándola los mismos?

En cuanto a Buenaventura Durruti, la bala que le alcanzó en el pecho en plena batalla de la Ciudad Universitaria de Madrid ha tenido tantos posibles padres y procedencias, que casi deviene un símbolo del descontrol que reinaba en el bando republicano. La CNT acusó a los fascistas. Los franquistas culparon a los comunistas. Estos, a los trotskistas o incluso a los anarquistas peleados entre sí por si las armas tenían que ir al frente o quedarse en la retaguardia para asegurarse una posición de fuerza en la posguerra.

Se habló de rencillas por el reparto del botín "confiscado" a los duques de Alba y de Medinaceli. Se habló de desertores incontrolados. Los historiadores más serios han acabado hablando de un estúpido accidente: a un miembro de la propia escolta de Durruti se le habría disparado el subfusil "naranjero" que blandía a pesar de llevar el brazo en cabestrillo.

¿De verdad alguien cree que hemos tenido una mala Transición española, visto el punto de partida? Cuando algunos se lamentan de que haya gente joven con una visión edulcorada del franquismo que no tiene claro que la democracia sea preferible a una dictadura -así lo proclaman recientes encuestas-, a lo mejor habría que preguntarse si ciertas visiones del antifranquismo son aptas a su vez para diabéticos. Tan peligroso es endulzar una cosa como la otra.

El consenso, la paz social, la insulina democrática, en una palabra, pueden parecer poca cosa para quien no conoció la tragedia de la guerra, el rencor de la posguerra y, al final de todo, la frustración de vivir en un país aislado del futuro. Que llegaba tarde a todo. Que para ser normal tenía que esperar pacientemente a que se muriera un solo hombre. El caso es que nadie fue capaz de encontrar una solución mejor. ¿Por qué? Esa es la gran pregunta.

En los últimos años hemos asistido a una escalada de desdén hacia la Transición española por parte de los nacionalismos excluyentes y las izquierdas reventonas. Se lo podían permitir en parte porque la derecha, mayormente, no chistaba. Bastante tenía con cargar en solitario con el fantasma del franquismo y de las injusticias que inevitablemente acarrea toda amnistía. Antes y ahora, por cierto.

Es curioso que las alarmas que saltan ahora por la radicalización de jóvenes, o no tan jóvenes, de derechas, no saltaran en tiempo y forma cuando se empezaron a radicalizar separatistas, neocomunistas o directamente proetarras. Cuando se puso de moda dar plantón al Rey o ponerle a parir por hacer su trabajo, por ejemplo, con el discurso del 3 de octubre de 2017.

Bueno, pues ya nos tienen donde querían. Este año también Vox ha dado plantón al Rey en el solemne acto de conmemoración de los cincuenta años de monarquía. Ya salen derechas tan desacomplejadamente reventonas como algunas izquierdas. ¿Cuánto falta para que Ortega Smith abra su propia Taberna Garibaldi y acuse a Abascal de blando?

En cuanto a lo del fiscal general del Estado: la única duda que tengo es si el Tribunal Constitucional le rehabilitará enmendando la plana al Tribunal Supremo, o si Pedro Sánchez, impaciente, tirará de indulto. Al indisimulado grito de "no pasarán", segunda parte, que ya se sabe que para parar al fascismo vale todo. Si luego se le para o se le engorda, ya se verá. El último que apague la luz. La del Pardo.

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