
Si algo deberíamos tener ya claro a estas alturas del partido es que la democracia española resulta lo suficientemente madura, consolidada y cínica como para que los asuntos de corrupción, pese al ruido ambiente que generan, nunca supongan un factor capaz de tumbar a los gobiernos; y el de Sánchez y sus puteros no va a ser un caso distinto. De ahí que no resulte realista fantasear con un final abrupto de la legislatura. Esto, a trancas y barrancas, va a durar hasta 2027. Sería distinto si Sumar fuese todavía un proyecto político con vocación de continuidad. Pero Sumar es un yogur caducado, una marca fallida que terminará dentro del cubo de la basura en el mismo instante en que se acabe el momio de poder ocupar cargos institucionales y su prerrogativa asociada, la de repartir jamón entre su clientela.
Por ello, el coste político de seguir salpicándose de mierda en la mesa del Consejo de Ministros va a devenir relativamente asumible para ellos. Procedamos, pues, a un ejercicio de prospectiva bajo tal premisa. Veamos, la legislatura llega hasta su fin. Y, más o menos en ese momento, el modo de producción capitalista (los de mi quinta le seguimos llamando así) nos premia con otra de sus recurrentes crisis periódicas. Recuérdese que ya han pasado 18 años desde la explosión de la burbuja.
Y para quien no lo sepa, los colapsos en los mercados mundiales durante el último siglo y medio se han sucedido con un promedio temporal de 11 años entre uno y otro; ergo, ya toca. Pero a lo que voy. Tanto si el cohete revienta como si no, el PSOE, que es un partido del establishment, tendrá que plantearse el dilema existencial de permitir o no que Vox llegue al Gobierno; existencial, sí. Porque no hay ninguna razón para presumir que aquí ocurriría algo distinto a lo que ha pasado en Italia; esto es, que la extrema derecha absorba una parte nada desdeñable de su base electoral desde el poder. Si el PSOE quiere sobrevivir, tendrá que deshacerse de Sánchez
