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Al sanchismo se le empieza a ver el cartón

Lo divertido del caso es que Sánchez quería perder. De hecho, quiere perder en todos sitios, menos en Cataluña.

Lo divertido del caso es que Sánchez quería perder. De hecho, quiere perder en todos sitios, menos en Cataluña.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), clausura el XV Congreso del PSOE de Extremadura, que refrenda a su líder regional, Miguel Ángel Gallardo. | EFE

Un coro de comentaristas de vuelo gallináceo opina que Guardiola se equivocó al anticipar las elecciones porque el resultado la ha dejado más dependiente de Vox de lo que ya estaba. Monsergas. Lo sobresaliente de las elecciones del domingo pasado es que, como si fueran el espíritu de la Navidad futura, le han mostrado a la militancia socialista el porvenir que les espera a lomos del sanchismo.

Porque lo divertido del caso es que Sánchez quería perder. De hecho, quiere perder en todos sitios, menos en Cataluña. Y quiere hacerlo para que ningún barón ungido por las urnas le rechiste dentro del partido, como hace García Page. Lo quiere así para que, cuando pierda las generales, si las pierde, mantenerse al frente del partido. Porque piensa que Feijóo no le aguantará ni tres telediarios cuando tenga que gobernar satisfaciendo las exigencias de la extrema derecha. Y cree que entonces podrá volver a La Moncloa para otros siete u ocho años. De modo que eligió a Miguel Ángel Gallardo (como a Pilar Alegría, María Jesús Montero, Diana Morant u Óscar López, especialmente éste último) para que pierdan y dominar él, a través de la debilidad de sus perdedores, las distintas federaciones.

El problema con Gallardo es que se le fue la mano pues resultó un candidato tan malo que lo gigantesco de su derrota ha impedido seguir el plan, que era el de que, incluso perdiendo, continuara al frente del partido en Extremadura. Tanto es así que, cuando le preguntaron al jibarizado líder, durante la noche del batacazo, si dimitiría, no dijo ni que sí ni que no, pero que más bien no. Y lo dijo todo con una carita de fiscal general del Estado, que daba pena. Estuvo como García Ortiz, queriendo, por vergüenza, dimitir, pero sin que el de arriba le dejara. Al final, tuvo que hacerlo. Y eso es prueba de la debilidad de Sánchez, que se ve obligado a dar ocasión de que Extremadura elija un líder opuesto a él.

Para tratar de animar a la feligresía socialista, el ínclito narcisista ha hecho lo que suele, decirles que él está bien y que, en las generales, los votos perdidos volverán porque se propone comprarlos con las subidas del Salario Mínimo Interprofesional, las de las pensiones y las de los sueldos de funcionarios. Que es posible que lo consiga, pero que eso qué más les dará a los miles de cargos municipales y autonómicos que van a quedarse sin sustento gracias a haberse dejado secuestrar por Sánchez.

A tantos socialistas pacatos, adocenados por lustros amamantándose de la ubre pública, que transigieron con las humillaciones que Zapatero le consintió a la ETA y perdonaron las postraciones de Sánchez ante los golpistas catalanes con tal de seguir atetados, se les hará ahora extraño tener que rebelarse para conservar las fuentes de leche y miel de las que ya no se sienten capaces de prescindir. ¿Sabrán cómo hacerlo? Probablemente no. Es como pedirle al futbolista retirado que perdió la forma o al yóquey jubilado que engordó doce kilos al abandonar la dieta o al boxeador que dejó el ring y ya no va al gimnasio que vuelvan a jugar, montar o pelear. Pero quién sabe si a lo mejor Jordi Sevilla es capaz de hacer carrera de ellos y nos libran entre todos de esta plaga que está siendo el sanchismo.

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