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Deseo y libertad

Si Brigitte Bardot intentara ser Brigitte Bardot partiendo de cero ahora, no pasaría el corte de gran parte del desnaturalizado feminismo actual.

Si Brigitte Bardot intentara ser Brigitte Bardot partiendo de cero ahora, no pasaría el corte de gran parte del desnaturalizado feminismo actual.
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Hay algo poderoso en que la muerte de Brigitte Bardot se anuncie en el Día de los Santos Inocentes. El gran Santiago Segura lo destacaba en un tuit: que, tristemente, esto no era una inocentada.

Qué decir que no se haya dicho ya de su espectacular, turbulenta belleza. El fenómeno mereció el análisis de toda una Simone de Beauvoir y la atención de todo un Serge Gainsbourg, para quien la conquista de semejante trofeo venía a ser algo así como escalar el Everest del erotismo a pulmón libre. Sin otra arma que la inteligencia.

Si Brigitte Bardot intentara ser Brigitte Bardot partiendo de cero ahora, no pasaría el corte de gran parte del desnaturalizado feminismo actual. A una de cuyas representantes le pregunté yo una vez: entonces, aquellas míticas portadas de Interviú donde aparecieron los primeros desnudos femeninos tras la larga noche del franquismo, ¿eran liberadoras o degradantes? Esperando su respuesta sigo.

Cuando alguien deviene un icono sexual de la magnitud que lo era Brigitte Bardot, es difícil discernir dónde acaba la libertad y dónde empieza otra cosa. Ya saben. A lo mejor podríamos dejarnos de doctrinas y recurrir al sentido común para volver a tomar conciencia de lo más básico: el sexo, el atractivo sexual, es poder. De ida y de vuelta. Hay quien lo codicia porque hay quien lo ofrece. A veces bajo coacción, a veces con un programa de incentivos. Lo que se desea se puede depredar, pero también comprar y vender.

Yo me quedo siempre y en todo lugar con que la gente haga lo que le dé la gana, con el único límite de no perjudicar a los demás. Brigitte Bardot fue tan esclava como dueña y señora de su belleza, según se quiera ver. Todo tendría sus ventajas y sus inconvenientes. Pero tengo la impresión de que fue bastante más libre que otra cosa. Bastante más libre que la mayoría.

Sin duda fue un icono de una época en que estimular el deseo masculino parecía el súmmum del poder femenino, eclipsando otros. A eso se refería la mismísima Beauvoir cuando, a la par que elogiaba su capacidad de desafío y de hedonismo, recordaba que eso era ateniéndose siempre a las reglas de la deseabilidad heteropatriarcal. Sea. Pero el deseo, que seguramente es una de las cosas más mal repartidas, menos igualitarias que existen, no pierde ni un ápice de fuelle porque se criminalice. No existe una sociedad utópica donde el deseo (masculino, femenino, no binario, da igual) se pueda embridar y someter a la corrección política del momento. Y si llega a existir, existe como distopía y/o dictadura. Ya he dicho muchas veces, y reiteraré las que haga falta, que yo aprecio más similitudes entre la Sección Femenina falangista y los ministerios podemitas de Igualdad que entre cualquiera de esas dos cosas y, ya no digo Brigitte Bardot, sino cualquier anónima y sufrida mujer que sueñe con hacer lo que le dé la gana. Con ser inocente y libre.

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