
Mar de tranquilidad en el salón de casa; como de costumbre. Han cenado pronto; como siempre. Las niñas se encuentran fuera de pala… del nido. Cumplen sus obligaciones de la edad: estudiar y formarse. Una aquí, otra allá.
La esposa tiene el mando de la televisión. Busca una serie, de crimen, para entretenerse. El esposo lee unos folios del curro de manera despreocupada.
—¿No habíamos quedado en dejar eso para mañana?
—Le doy una vuelta rápida —suspira—. No me han quedado muy claras tus últimas… apreciaciones, cariño.
Ironía.
Suena el teléfono. De él. Ella lo tiene a su alcance. Mira la pantalla. Le pasa el dispositivo.
—La niña de tus ojos —sonríe.
El padre toma el smartphone con una sonrisa. Conecta la opción de manos libres.
—Dígame.
—¡A la orden de…!
—¿Cómo?
—Perdón, majest…
—¿Qué?
El matrimonio ríe en el sofá.
—¡No seas tan malo, anda! —dice la madre, llevándose la mano a los labios.
—¡Ay, corazón! ¡Dime hija!
—Papi, están pasando cosas raras aquí…
E inicia el relato.
La disciplina militar forma parte de su vida. Su padre, abuelo… paternos, forman parte de una tradición militar, en base al cargo dentro del estado. Y ella, como hija, nieta y heredera, en definitiva, ha de cumplir esa formación.
Le apasiona, sin duda. Su padre cuenta bonitas historias de Zaragoza. Le ha encandilado el sentimiento de compañerismo, camaradería; la aventura de conocer todas esas técnicas y tácticas del ejército.
A mamá, no tanto. Ella siempre ha llevado la disciplina de su formación por encima de su padre. Parece una sargento, han comentado siempre las dos hijas en broma.
Y, sin ser, es.
La instalación goza de austeridad reconocida, pese a estar cargado el lugar de solemnidad. Años y años de historia, recuerdos, datos y detalles. Aulas y dependencias cargadas de simbolismo, que han actualizado a los tiempos modernos y tecnológicos.
El vestuario de las chicas es un lugar protegido casi por ley. Allí las mujeres disfrutan de su intimidad para cambiarse de ropa. Mobiliario sencillo: taquillas y duchas tras hacer ejercicio. Lo raro, más raro de todo, es la permisibilidad de un coronel. Hace un tiempo, dado que el aparcamiento de bicicletas ''está un poco lejos'' —junto a la entrada al emblemático establecimiento militar—, el coronel dio permiso a los hombres para estacionar allí las bicis.
—¿Quién se va a molestar? Son compañeras —comentó—. Procuren no haya nadie en el interior al entrar a depositar o recoger las bicis.
Todo iba como la seda, hasta que llegó ella.
—La hija del jefe ha de recibir el mismo trato que el resto, ¡coño! —afirmó en una comida previa a su llegada con el cuerpo de profesores.
Y como a todas, le pareció raro, muy raro, extraño.
Fin del relato.
No se vayan. Esperen.
Hasta aquí el relato es un hecho novelado de un suceso en un cuartel del Ejército de Tierra en España. Y bien digo novelado, porque he utilizado a unos personajes simulados para hacer hincapié y llamar su atención para describir la realidad.
Érase una vez un cuartel, y su coronel al mando. Militares: mujeres y hombres. La educación de los hombres y el respeto por las mujeres quedaban fuera, lejos de la puerta de acceso. Los modales, también. Por ejemplo: un militar de uniforme le sugiere a una superior jerárquica su disposición para ayudarla en la ducha, cuando ella regresa con ropa deportiva de hacer ejercicio. ¿Qué le ocurrió a él? Disciplinariamente, nada. Nada de nada.
Las bicis, las putas bicis. El coronel citado autorizó a los hombres para aparcar las bicicletas en el interior de los vestuarios de mujeres —donde ellas se duchaban y cambiaban de ropa—, porque era el lugar más cercano al edificio del curro.
Una oficial, licenciada en Derecho, se opuso a tal barbaridad. No sólo dio cuenta de dos oficiales, sino que denunció los hechos ante la UPA —Unidad de Protección frente el Acoso—. La UPA le entregó la denuncia a los denunciados, sin ocultar los datos personales —dirección y teléfono— de la denunciante.
La denuncia fue archivada porque el Coronel, quien debía esclarecer los hechos para ver qué falta pudieran haber cometido, entregó la denuncia a los autores. Esto les permitió manipular los hechos, coaccionar a los testigos que podían declarar contra ellos (les interrogaron los autores y así lo dicen en el Togado Militar). Para perfeccionar el engaño, el Coronel investigador eliminó de la documentación a mandar al Subsecretario las declaraciones del Jefe del Cuartel, Jefe de Seguridad, Asesor Jurídico de los denunciados, compañeras de vestuario y de la denunciante (sólo adjuntó las declaraciones de sus amigotes, que le enviaron por correo electrónico hechas con la denuncia ya en la mano).
Los tribunales son un cenagal. Se archivó la denuncia. Afirmaron que era irrecurrible, y así hubiera quedado oculto todo. Pero se pasaron de frenada: le imputaron penalmente a la denunciante con la denuncia de acoso, que ya tenían, y —sorprendentemente— la negativa del Subsecretario y de la Asesoría Jurídica de la Defensa que decía a los denunciados que no podían tener ningún documento sobre la denuncia por no ser interesados, ya que nunca se llegó a abrir expediente sancionador contra ellos. Querían dar apariencia legal a la tenencia de la denuncia pero les negaron el acceso. Presentar ese documento de denegación sólo lo hace un tonto, comentó una abogada.
La mujer militar ganó penalmente. Le imputaron una falta disciplinaria; también ganó. Cuando todo estaba en calma, aunque con autores de discriminación y acoso sexista impunes, Margarita Robles, ministra de Defensa, accionó el ventilador de la mierda: cesó a los denunciados en sus destinos.
Lejos de apartarlos del cuartel, hizo que fueran casi a diario, y que sus amigos emprendieran una persecución contra la oficial denunciante. Incluso el Jefe del Acuartelamiento le reprochaba el cese de sus amigos, cuando iba a darle novedades del servicio. Aprovechaba para levantar el dedo y decir:
—Ya sabes lo que te quiero decir —cuando le indicaba que ella no cesaba, pero que podía llamar a la ministra, autora del cese, y le preguntara si sus amigos hicieron algo reprobable en lugar de reprobarle a ella.
Tras varias lindezas más, le dieron una baja médica. Fue el inicio del pase a retiro por enfermedad psicológica. El Ejército de Tierra se deshizo de una gran mujer; valiente, inteligente, sin miedo a nada ni a nadie. En su lugar, cobija a acosadores laborales y sexuales.
Margarita Robles, ministra de Defensa y Magistrada Juez del Tribunal Supremo —en excedencia, para ser ministra—, firmó los ascensos y designó destinos de mayor importancia a esa banda de guarros. ¿Dónde? ¿Dónde fueron? ¿Se acuerdan de la joven de inicio de este artículo? Uno de ellos fue colocado por encima de ella en la formación académica. ¡¿Qué mierda de cuidado pone la ministra de Defensa?!
Nuestra protagonista, como las mujeres militares en la realidad, pierden las aptitudes psicofísicas para la carrera militar, tras denunciar acoso laboral y/o sexual dentro del ejército. Además, la prensa silencia la inmensa mayoría de los casos, porque todos conocemos la influencia del ministerio de Defensa… a lo largo de la historia. ¿Todos?
Desde aquí, quiero enviar un enorme abrazo a todas esas mujeres que nos ayudan en la vida diaria a cumplir fielmente el juramento de guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y, si fuere preciso, entregar la vida en defensa de España.
¡Viva el Rey! ¡Viva España!
P.D. Con especial dedicación a Lou. Si hay una guerra, estaré a tu lado. ¡A tus órdenes, mi capitán! —sonido de taconazo—.
