¿Y si Trump no fuese tan malo?
cada vez es más difícil afirmar categóricamente que Trump es alguien que no sabe lo que hace, arbitrario, caprichoso y gamberro. T
Ya sabemos que es casi imposible disponer de información relevante y fiable sobre cualquier cosa. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta por qué hacemos lo que hacemos la mayoría de las veces. Tampoco por qué decimos lo que decimos e incluso por qué pensamos lo que pensamos. En este caos que hemos organizado para que ni el bosque ni los árboles puedan verse claramente, estamos sometidos a la tortura de la propaganda, de unos, de otros, de nosotros mismos y de los demás.
En ese clima asfixiante de distorsiones cuyo objetivo no es más que provocar una acción favorable a los intereses de quienes las dispensan y dispersan, los juicios de valor se anteponen al conocimiento de los hechos decisivos, tarea que, por lo demás, resulta imposible en este tráfago de mentiras, deformaciones, tergiversaciones, injurias y calumnias de diseño. Además, como ya se cantó en Cambalache, en estos siglos que hemos vivido y vivimos todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor, ser derecho que traidor.
Desde mucho antes de 2016, ya debíamos saber que Donald J. Trump era muy malo. Se nos presentó por entonces como un niño rico de papá, pijo, mujeriego, caprichoso, ídolo televisivo banal, embustero compulsivo, capitalista de los grandes y, consecuentemente, egoísta, miserable, probablemente criminal y seguramente asesino y golpista en el futuro y del futuro. Además, era norteamericano, o sea, lo peor de lo peor, amparador de oligarquías y oscuros secretos de un Estado imperialista.
Dice el periodista portugués, judío de madre andaluza, Henrique Cymerman en su más que recomendable libro sobre El enigma Israel, que, si viviera en Madrid, sería antisemita. A eso le conduce la lectura de los periódicos y la contemplación de los telediarios de la capital española, con escasas diferencias. Alguien ha dictado que ser antisemita es lo bueno y que ser judío es condenable en sí mismo. Los judíos ya no son las víctimas de un atroz genocidio. Ahora, ellos son los genocidas de una Palestina que, por cierto, nunca ha existido. Pero que les den a los hechos.
Trump, además, es amigo de Israel, pues peor. El hecho de vivir en España conlleva admitir que el presidente de Estados Unidos es el sumo mal porque nos lo repiten una y otra vez en todas las emisoras, cadenas de TV, prensa escrita y redes sociales. Hay excepciones menores, pero insignificantes. ¿Cuánta información veraz tienen quiénes transmiten los juicios de valor decisivos? ¿Y eso qué importa si consiguen tu convicción?
Aun así, hay cosas que no cuadran. Tantas que cada vez es más difícil afirmar categóricamente que Trump es alguien que no sabe lo que hace, arbitrario, caprichoso y gamberro. Tampoco que es una máquina de hacer sufrir y sangrar. Después de los acuerdos de Abraham, de su batalla contra el absurdo universo woke, de haber inducido la paz en Gaza, por inestable que sea aún, de estar procurando detener la hemorragia occidental en Ucrania, de apretar la soga del dictador Maduro y ayudar a María Corina Machado y de otros acuerdos de paz que su propaganda airea, hay que cuestionar tanta digestión de propaganda negra y blanca.
Yo mismo siento poca simpatía por un personaje desmesurado, lenguaraz, jugador sin modales, negociador inclemente o ingenuo, según, exhibidor de un poder ilimitado y bastante lejano de aquel Reagan que reconocía la herencia hispana de USA como una de las grandes riquezas que debía agradecer ese gran país. Aún así, me siento interrogado por unos hechos que no cuadran. Por ejemplo, su defensa de la vida de los cristianos donde son perseguidos.
Según los informes más recientes, 380 millones de cristianos sufrieron persecución y discriminaciones en 2024, 15 millones más que hace un año. Nigeria era y es el país más peligroso para los cristianos del mundo, con miles de asesinatos cometidos por las organizaciones terrorislamistas. Más de 7.000 se han contado este año y otros miles en años anteriores.
Naturalmente, hay quienes, incluso desde la televisión pública que dirige el gobierno Sánchez y desde la propia Iglesia Católica, niegan que tal matanza tenga motivos religiosos e incluso afirman sin más que es un conflicto social entre pastores y agricultores oscureciendo que los que matan son grupos terroristas islámicos y que la inmensa mayoría de los muertos son cristianos.
Tampoco se atiende a que la persecución y marginación de cristianos es máxima en Corea del Norte, Somalia, Yemen, Libia, Sudán, Eritrea, Nigeria, Pakistán, Irán, Afganistán, etc.
Los datos conocidos de 2025 amplían al Asia Central e incluso a Argelia el campo de batalla diseñado contra los cristianos en el mundo.
El pasado día 26, Trump anunciaba que había ordenado atacar a los grupos que en el interior de Nigeria matan cristianos. Enseguida surgieron voces explicando que también había muertes de musulmanes perpetradas por islamoterroristas. Otras destilaban ocultos intereses de USA por las riquezas nigerianas. Las maniobras de oscurecimiento de la verdad están siendo intensas. Pero los asesinados y los asesinos están ahí.
De ser cierto que el presidente de Estados Unidos ha decidido defender a los cristianos en todos los países donde son asesinados, o perseguidos o discriminados, ya tenemos otra cosa que no cuadra en esa imagen tenebrosa que se fabrica de él. Es más, la noticia, a pesar del horror que la violencia conlleva, me ha supuesto un alivio, es más, lo aplaudo. Matar judíos o cristianos o creyentes de cualquier otra religión no puede quedar impune. ¿O es que sí y según quiénes?
A lo mejor Trump no es tan malo, sugiero. ¿Cómo puede serlo si ataca a quien masacra a santos inocentes?
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