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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Lo que no sabe Pepa

Yo me imagino muy bien a un notario vallisoletano que, habiendo cursado estudios en la Universidad de Salamanca, desde entonces, sus tiempos de estudiante progre y conformista, es decir, lector de El País, cumplió con las circunstancias y con sus padres y se hizo notario en vez de ejercer otra profesión, por ejemplo la de sociólogo. Sin embargo, esto no le impidió pensar en sus ratos libres, e incluso votar al PSOE.

Yo me imagino muy bien a un notario vallisoletano que, habiendo cursado estudios en la Universidad de Salamanca, desde entonces, sus tiempos de estudiante progre y conformista, es decir, lector de El País, cumplió con las circunstancias y con sus padres y se hizo notario en vez de ejercer otra profesión, por ejemplo la de sociólogo. Sin embargo, esto no le impidió pensar en sus ratos libres, e incluso votar al PSOE.
Juan Luis Cebrían en un acto público
Pues sí, yo le imagino muy bien sentado en su butaca predilecta, que fue la de su padre y la de su abuela (sí, la de su abuela y no la del abuelo, ese inútil casquivano que no estaba nunca en casa a la hora del café, copa y puro).

Habiendo terminado la lectura del periódico global, le pregunta a su hija mayor, que cursa estudios de Políticas en la Complutense de Madrid con Antonio Elorza: "Pepa, ¿tú no notas que El País ha cambiado? Cada día atacan más a Zapatero, no entiendo...". Y Pepa, que así se llama la niña nariguda y de culo como bandeja de cobre, responde: "No sé, yo leo El Mundo". Y en esto el notario queda pasmado. ¿Con quién hablar de la nueva etapa de El País? Su hijo Pepe solo habla de fútbol, y su mujer, Pepita, ¡ay!, esa solo habla de las enfermedades de los vecinos: "¿Sabías que Leoncio tiene cáncer?".

Pues no veo por qué se burlan del notario vallisoletano. El País ha cambiado, y mucho. Desde hace meses, y en especial desde el miserable congreso de Valencia del PP, en ciertos temas el periódico global ha decidido hacer de Mariano Rajoy su abanderado y criticar sistemáticamente a José Luis Rodríguez Z. Claro, tienen sus coartadas, puesto que desde la última derrota electoral del PP y el aborto de crisis en su seno, el dichoso congreso de Valencia promovió el cambio: se terminó la crispación, se acabó cualquier tipo de enfrentamiento con el Gobierno, se arrinconó con mano dura la menor discrepancia interna, se festejó con champán catalá el portazo de María San Gil, se preparan las más sutiles trampas contra Esperanza Aguirre, se afeita, como Dominguín a los toros, cualquier divergencia, sin darse cuenta los de Génova de que pisan el vacío que linda con el abismo.

Pero eso no le va a preocupar a Cebrián. Al revés, es lógico que aplauan la rendición del PP, y cuanto más imbécil sea Rajoy, más provecho le sacan. Pero resulta que hay algo más en el soterrado conflicto entre El País y Zapatero. No tan soterrado, puesto que el notario vallisoletano se ha dado cuenta de se trata de un asunto de pelas, como se dice en Lavapiés. No es solo un desencuentro político, también es una guerra comercial.

Felipe González Desde hace meses, o incluso años, Zapatero y sus imanes están descontentos con El País, Prisa, Sogecable, Santillana... vaya, con el Imperio. Han intentado crear un "polígono de comunicación" incondicionalmente sometido al poder. Todos habíamos notado que los señoritos de El País no mostraban con Zapatero el entusiasmo que tuvieron con Felipe González, el cual participaba personalmente de la línea política del diario, y no sólo en los famosos almuerzos de los miércoles. Pese a los laboriosos esfuerzos de mercenarios como Miguel Ángel Aguilar por fingir entusiasmo zapaterista, se les veía demasiado el plumero. Sin embargo, compensaban ese desencanto atacando furiosamente e insultando al PP y participando activamente en la mentira zapaterista en cuanto a su rendición ante ETA, que tan buenos resultados ha tenido.

Mientras tanto, la guerra comercial continuaba: el lanzamiento del diario Público como rival de El País no tuvo otro objeto, aunque ha resultado ser un fracaso rotundo. Más éxito han tenido fichando a incondicionales en cargos de responsabilidad de la televisión, nervio de la guerra de propaganda. Esto enfureció a Cebrián, quien pretende ser el emperador de todos los paralelos. Así se venga, cubriendo de flores a Rajoy y criticando como nunca al Gobierno.

El ángulo de ataque de esas críticas es esencialmente el económico, lo que mismo que el nuevo PP: el Gobierno no ha previsto la crisis, la ha negado burdamente y con mala fe; las medidas que propone tardíamente no son las buenas etc. Todos los días, dale que te dale, critican duramente al Gobierno. Lo cual, por cierto, nos permite leer, muy de vez en cuando, artículos interesantes, como el de José Igancio Wert titulado De Merkel a Zapatero (8 de agosto), en el que consideraba que Angela Merkel se enfrentaba a la crisis económica mejor que Zapatero. Ni que decir tiene.

Ni que decir tiene, nunca se criticará bastante a este Gobierno, y no solo en temas económicos, porque los españoles tenemos otra crisis, tan política como económica: la de las autonomías, sus delirios nacionalistas, las persecuciones contra la lengua común, los egoísmos extravagantes, la rapacidad financiera... y aquí entramos en el más absoluto aquelarre. No solo se rompe España, sino que además se arruina.

Y el PP, que recurrió con razón el Estatuto catalán por ser anticonstitucional, se alía ahora en Cataluña con la ralea nacionalista para exigir más dinero, más Estatuto, más todo. Son más catalanistas que Pujol y más imbéciles que Montilla. La presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, nombrada a dedo por Rajoy (con esto todo queda dicho), salió en la foto con Antonio Castells y declaró que "todos a una" contra Zapatero, y que se jodan los murcianos.

Mostrarse conciliador con el Gobierno en temas de interés nacional que se merecen críticas despiadadas y luego, de pronto, enfrentarse a él siguiento torpemente a los nacionalistas en temas como la exorbitantes ambiciones catalanistas es de canallas. La incoherencia oportunista no es política. ¡Pobre España!
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