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Amando de Miguel

El vicio nacional de hacer política

En esta situación de los inestables pactos de la derecha es clave la súbita transformación del carácter de Albert Rivera.

Releo una trepidante novela de Pedro Mata, Más allá del amor y de la vida (Madrid: Pueyo, 1926). Seguramente se la embauló Camilo José Cela durante su estadía en el pabellón de reposo de la sierra madrileña. La verdad es que el relato de Mata me parece un estupendo antecedente de La colmena del de Padrón. Un personaje de Más allá… es don Fermín María Ortiz de Miravalles y Fernández de Córdoba, secretario particular del ministro de la Gobernación. El hombre anota el estilo de los políticos de su tiempo y su dedicación primordial de "hacer política". La describe así: "La difícil y arriesgadísima tarea de engañar, prometer, no cumplir, dar explicaciones, doblegarse ante el fuerte, engreírse con el incauto, no servir a nadie y tener satisfecho a todo el mundo" (p. 228). Me parece una acertada descripción de lo que podríamos llamar la vieja política de los partidos establecidos en la España actual; tan poco han cambiado las cosas en un siglo.

Se comprende la actitud general de rechazo hacia los nuevos partidos que nadan contra corriente y anticipan una política con otro talante. El primero en ofrecer el nuevo estilo fue Ciudadanos, transformado pronto en C’s o Cs, cuando se desvirtuó, más que nada por las veleidades de su caudillo Albert Rivera. Antes de que Cs se asentara le surgió un formidable competidor, Vox, que también vino a proponer una nueva forma de hacer política. La cual ya no es "tender puentes", como ahora se dice con metáfora imprecisa, sino la de construir puentes. Esa fue la noble tarea de los pontífices de la antigua Roma. En definitiva, Vox no sueña solo con "desalojar a la izquierda del poder", como proclaman los otros partidos de la derecha, sino levantar un nuevo tiempo de sociedad con unos principios y valores que difieren sustantivamente de los del PP o de Cs. Es lógico que quienes tienen que pactar con Vox muestren una especie de despreciativo ninguneo hacia los últimos en llegar.

En esta situación de los inestables pactos de la derecha es clave la súbita transformación del carácter de Albert Rivera, el fundador de Cs. Acorde quizá con sus recientes devaneos sentimentales, el de Barcelona, antes tan derecho como un huso, ahora se muestra oblicuo. Él mismo diría "transversal" para justificar su pertinaz resistencia a departir tanto con Sánchez como con Abascal. Es lógico así que se muestre obnubilado ante su imposible querencia de ser jefe de la oposición, o mejor, de ser jefe del Gobierno, aunque sin contar con los votos para ello. Seguramente se ve empujado a tal empeño por los fuertes intereses económicos que le han alzado hasta el selecto club Bilderberg y otros campos elíseos. Lo cual le lleva a parecer obseso con el poder. La consecuencia inmediata es que el hombre se ve impelido a ser obstruccionista tanto de un Gobierno de la izquierda como de la derecha. Para defenderse de tantas incoherencias, Albert se muestra obcecado respecto a pactar con Abascal. Lo curioso es que ambos se alzaron en su día como una cerrada oposición al nacionalismo y lógicamente se entendieron muy bien.

En definitiva, el apolíneo Albert no tiene más remedio que aparecer obstinado en ceder ante Vox, algo tan español como mantenella y no enmendalla. Es otra forma de decir que aquí se va a seguir dejando al PSOE que haga política en el sentido que decía el personaje de Pedro Mata. Puede que sea un tanto exagerado personalizar el desdoblamiento de la personalidad de Albert Rivera, que quizá se deba más al influjo de la colla de sus adláteres. Malo es cuando hay que recurrir a la psicología para interpretar conductas colectivas.

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