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Amando de Miguel

Sobre las lenguas

Harían bien los catalanes, los vascos o los gallegos en dejar que en castellano dijéramos Lérida, Gerona y San Sebastián si de verdad pretenden que sus respectivos idiomas étnicos se aproximen a la categoría de lenguas de comunicación internacional.

Guillermo Molleda Jimeno (Sevilla) protesta de que yo haya considerado el esperanto o el ido (d. Guillermo los pone con mayúsculas) como "lenguas muertas". Sostiene don Guillermo que esa calificación no es justa; valdría, por ejemplo para el latín o el griego (aquí los pone con minúsculas). Tiene razón mi contrincante. Lo que yo quería decir es que ni el esperanto ni el latín son lenguas naturales de los habitantes de un territorio. No sé qué calificación habría que dar a ese tipo de lenguas. ¿Lenguas de cultivo? Apelo a la autoridad de los libertarios lingüistas.

Oscar Torales Ch. (Mälaga) me comunica que en Argentina han editado un diccionario de neologismos surgidos de la prensa que luego han pasado al habla cotidiana. Lo edita un Observatorio de la Neología. El título rimbombante de esa institución me parece ya un buen ejemplo de neologismos. Antes los observatorios eran para los astros; ahora sirven para cualquier actividad subvencionada. La idea de recoger neologismos de la prensa no es nueva. Es algo que vienen haciendo los diccionarios usuales que tantas veces cito: el Panhispánico, el de Seco y colaboradores, el de Alvar Ezquerra.

José Miguel Estebaranz Mansilla (Fuenlabrada, Madrid) me pregunta mi opinión sobre la moda actual en los entierros de aplaudir al muerto en lugar del respetuoso silencio que antes se observaba. Comprendo lo difícil que resulta la "gestión colectiva de la muerte" cuando se trata de un finado que se considera famoso o heroico. El uso actual del aplauso no me parece muy correcto, pero se impone como una forma de lenguaje no verbal. Quizá signifique una forma de catarsis, de relajación de las tensiones. Tampoco es para rechazarla.

Álvaro Ortiz de Zárate es todo un arbitrista del idioma. Ha diseñado una serie de nuevas expresiones que ahorran frases más largas. Por ejemplo, "4T" (= las cuatro de la tarde) o "mE" (= millones de euros). El asunto es ingenioso, pero no me convence. Nuestro mundo anda sobrado de siglas y abreviaturas como para que añadamos más. No me parece tan esencial ahorrar más letras y palabras. Todos tenernos nuestras claves para ahorrar signos a la hora de tomar notas, pero eso no debe dar lugar a nuevos diccionarios de abreviaturas. Bien están los emoticones, pero todo tiene un límite. No me resulta cómodo el leer en la tele los mensajitos sincopados de los móviles. Por cierto, ¿no es tontería llamarlos SMS?

Hablando de siglas. Me refería yo aquí a la curiosidad de que la Comunidad de Madrid no es "Comunidad Autónoma de Madrid" a pesar de que el nombre erróneo se ha deslizado en la institución de la BRESCAM (= Brigada Especial de la Comunidad de Madrid). José Manuel Monzón Serrano (Rivas-Vaciamadrid, Madrid) me cuenta la historia de que, al empezar lo de las autonomías, a Madrid se le asignó la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid), pero las siglas ya estaban registradas para la Caja de Ahorros del Mediterráneo. "Por ello, la autonomía se quedó en CM. Así, a palo seco. Tampoco pasa nada. Se le lee". Me encanta ese "se le lee" tan castizo. Pero no me convence la historia. No entiendo mucho de registro de marcas, pero no creo que unas siglas para una actividad económica puedan registrarse para todos los demás ramos. En el Estatuto de Autonomía de la Comunidad de Madrid se dice expresamente "Comunidad de Madrid" y no "Comunidad Autónoma de Madrid". Lo de "comunidades autónomas" en lugar de "regiones" me parece presuntuoso y siempre me ha sonado a una traducción literal del ruso. A mi modo de ver lo único autónomo es el "reino de España" o "España" a secas. Y eso con la reserva de la cesión parcial de soberanía a la Unión Europea, que bien podría ser "Europa" sin más. Peor aún es haber convertido la voz "autonomía" en un equivalente de "región". Lo de "carretera autonómica" me parece un chiste. Pero, en fin, me rindo ante lo establecido.

José Mª Navia Osorio comenta la cuestión batallona de las lenguas regionales en España. Me sumo a su opinión de que "los nacionalistas han dado una vuelta al concepto de lengua propia y le dan el sentido de lengua más apropiada, es decir, la que debe usarse con preferencia". La razón es que "el único hecho diferencial que les queda a los nacionalistas es el idioma". Añado que la pretensión latente es que la "lengua propia" (la lengua regional o étnica) llegue a desplazar la lengua común de todos los españoles. Esa pretensión sólo se conseguiría con la independencia, como sucedió, por ejemplo, con el caso del noruego. Por ese lado se entiende que los nacionalistas verdaderos sean independentistas. El problema está en que, hace un siglo, en Noruega lo eran casi todos. En cambio, en las regiones españolas con lenguas étnicas, los independentistas no llegan a la mitad. Su única salida es que, de momento, el equivalente regional del Partido Socialista se alíe con los nacionalistas y les deje la parcela de la política lingüística.

Domingo Arévalo plantea una vez más la incongruencia de que en español tengamos que decir Lleida, Girona, Donostia, etc. cuando no decimos London, Torino o New York. Entiendo que no es tan incongruente o caprichoso el doble rasero si partimos de la distinción de los idiomas en étnicos (catalán, vasco, gallego, etc.) y de comunicación internacional (español, inglés, italiano, etc.). Una característica de los idiomas étnicos es que dejan traducir mal los nombres propios. Por tanto, harían bien los catalanes, los vascos o los gallegos en dejar que en castellano dijéramos Lérida, Gerona y San Sebastián si de verdad pretenden que sus respectivos idiomas étnicos se aproximen a la categoría de lenguas de comunicación internacional. Como se trata de una pretensión vana, seguiremos diciendo en castellano Lehendakari, Generalitat o Xunta.

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