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Antonio Robles

La fina piel del Cuarto Poder

Vivimos en un país donde los medios y sus gestores, los periodistas, se sienten amos de la libertad de expresión.

La polémica sobre la libertad de expresión surgida a partir de la crítica de la portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, contra La Sexta y la respuesta furibunda de su director, Antonio García Ferreras, habrían de hacernos reflexionar sobre el universal del problema y no ciscarnos en la anécdota circunstancial.

Vivimos en un país donde los medios y sus gestores, los periodistas, se sienten amos de la libertad de expresión. Ejercen de Cuarto Poder, vapulean a los políticos cada día desde sus atalayas amparados en ella, pero no toleran que se ejerza en su contra.

La importancia de las declaraciones de Cayetana no reside en el ataque puntual a La Sexta. O no solo. Lo denunciado es tan obvio que es casi una vulgaridad por evidente. Lo significativo es que un político se atreva a sostener una crítica a un medio poderoso, y aguante el envite con argumentos cuando se le sataniza desde ese Cuarto Poder. "Hay medios que hacen negocio a costa de la democracia y hay medios que promueven o participan de las mentiras populistas y nacionalistas a costa de la democracia", insistió sin retractarse en la rueda de prensa posterior a su entrevista con Carlos Alsina, después de que Ferreras la satanizara con argumentos ad hominem y un aire de superioridad moral propio de un matón de barrio. Ahí está el meollo del asunto. Si los tres poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, son pilares fundamentales de la democracia y están sujetos a crítica, ¿por qué no lo va a estar el cuarto, la prensa, que si bien no lo es de iure, lo es de facto? ¿O acaso alguien duda de su influencia en el devenir político?

Lo que se dice abiertamente en privado se omite en público. ¿Acaso no hay medios y periodistas a sueldo de sus editores –muchos a su pesar– como meras correas de transmisión de lobbies, de partidos o del Gobierno de turno? La cuestión es saber si son periodistas o mercenarios del medio que paga. En Cataluña es una evidencia: se podrían cambiar los políticos por periodistas y los periodistas por políticos y nadie se daría cuenta. ¿Acaso ellos no tienen influencia y responsabilidad en las decisiones políticas que acaban tomando los políticos? ¿No deberían ser tratados como ellos? Ferreras ha dicho muchas tonterías al respecto, pero la mayor fue esta ceguera: "Cayetana Álvarez de Toledo mantiene el discurso del odio. Libertad de expresión para ella, sí; para mentir, no". ¡Ah! ¿Y quién determina cuándo miente? ¿Él? Colosal, si existe libertad de expresión es porque un demócrata contrasta ideas, no impone dogmas. De ahí viene la ruina de las sociedades libres.

El juicio de intenciones de Cayetana puede estar fundamentado o no, pero tiene el derecho a hacerlo; y si incurre en un delito de calumnias o cualquier otro tipo penal, ahí están los tribunales. Lo que está en juego no es si Cayetana yerra o acierta, sino si un político puede o no puede criticar a un medio sin que este medio se sienta ultrajado como dueño de este derecho, y por lo mismo, con legitimidad para atribuirle una intención que no tiene: perseguir la libertad de expresión. Eso sí que es manipulación. Aunque quizás lo que más haya cabreado al dirigente de Al Rojo Vivo haya sido la insolencia de la muchacha. Eso sí que es machismo. Y matonismo de la más baja estofa.

Vivimos tiempos cobardes y anodinos, de una mediocridad insoportable. Ver a esta mujer abrir la ventana para que entre aire fresco en la política, armada con razones y dispuesta a dar la batalla contra los integrismos laicos que nos atontan, sin pedir permiso ni humillarse ante nadie, es un lujo. Lástima que no cunda el ejemplo en esa izquierda reaccionaria conchabada con el nacionalismo.

Por contraste, ver a algunos de sus compañeros sobreactuar en defensa de la libertad de expresión como mera manera de saldar cuentas aprovechando la ocasión resulta patético. Además de cobarde.

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