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Carmelo Jordá

Catalá: Navarra sí, pero Schleswig-Holstein no

Catalá se ha olvidado de las obligaciones inherentes a su cargo en un movimiento que sólo se puede interpretar como patética y personalmente electoralista.

Catalá se ha olvidado de las obligaciones inherentes a su cargo en un movimiento que sólo se puede interpretar como patética y personalmente electoralista.
Rafael Catalá | EFE

Se pregunta el ministro de Justicia, el aún ni dimitido ni destituido Rafael Catalá Polo, por qué él no puede entrar al debate sobre una sentencia que, eso es cierto, ha tenido un fuerte impacto social. La respuesta es obvia: porque no, porque es usted ministro de Justicia, porque bastante tratan de mangonear ya a través de la Fiscalía como para encima empezar a poner y quitar jueces sin pasar siquiera por el trámite del CGPJ, al que también mangonean de lo lindo.

Pero es que además Catalá no ha criticado una sentencia o un voto particular, no ha opuesto argumentos jurídicos a argumentos jurídicos, no ha opinado sobre la interpretación que se ha hecho o no de las pruebas. No: ha descalificado a un juez y lo ha hecho sin ofrecer un solo dato que avale dicha descalificación, dando carta de naturaleza a una rumorología que por ahora todo el mundo ha desmentido.

Como Montoro el otro día, Catalá se ha olvidado de las obligaciones inherentes a su cargo en un movimiento que sólo se puede interpretar como patética y personalmente electoralista, como parte de un sálvese quién pueda que ya lleva a casi cada miembro del Gobierno y del PP a hacer la guerra por su cuenta.

Pero, eso sí, sin enterarse mucho de en qué trinchera están, de dónde está el enemigo y de dónde vienen los tiros, por seguir con la metáfora bélica; porque si cree que la turba que se manifestaba el otro día frente a su Ministerio le va a perdonar ser lo que es, un ministro de la derechona, está claro que él sí tiene un problema singular.

Esta repentina necesidad de comentar fallos judiciales que ha asaltado a Catalá contrasta con el silencio casi de ultratumba que el propio ministro y prácticamente todo el Gobierno mantuvieron –más allá de eso de "acatar" los fallos judiciales– cuando el tribunal de Schleswig-Holstein perpetró lo de Puigdemont hace unas semanas. Qué buena oportunidad tuvo el de Justicia entonces para explicar no sólo un fallo sino para malmeter con alguno de los jueces que, esos sí, estaban desbarrando en contra del país y las leyes que ha jurado defender.

Pero no, entonces sólo hubo silencio y un respeto institucional que se nos salía por los poros. Será que los jueces de Schleswig-Holstein se merecen algo mejor que los de Navarra, o que quizá entonces el todavía ministro Catalá pensó que no tenía nada que perder y ahora, al ver a la turba a sus puertas, ha pensado que la única forma de salvarse es ponerse a la cabeza del linchamiento.

Se equivoca; de hecho, ahora sí que no lo salva nada.

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