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Carmelo Jordá

El pacto de la estampita

Es imposible llegar a ningún tipo de pacto de Estado con este Gobierno: el más tramposo, mentiroso y falto de escrúpulos de nuestra democracia.

Es imposible llegar a ningún tipo de pacto de Estado con este Gobierno: el más tramposo, mentiroso y falto de escrúpulos de nuestra democracia.
Pedro Sánchez y Pablo Casado en una imagen de archivo | David Mudarra (PP)

Creo que todos deberíamos tener muy claro que es imposible llegar a ningún tipo de pacto de Estado con este Gobierno: el más tramposo, el más mentiroso y el más falto de escrúpulos de la historia de nuestra democracia, y me atrevería a decir que de todo Occidente. Y si lo anterior no fuese suficiente, también es el más sectario que hemos sufrido en estos lares, ni siquiera el Zapatero del "nos conviene que haya tensión" estaba tan centrado en la criminalización del adversario y en su eliminación, por ahora sólo política, pero con los chavistas en el poder, a saber dónde acabamos.

Por otro lado, aunque Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de verdad buscasen sinceramente un pacto, incluso en el hipotético caso de que realmente quisiesen sacarnos de la que se nos viene encima y no aprovechar la debacle para perpetuarse en el poder, hasta en esas circunstancias casi idílicas, la reedición de los Pactos de la Moncloa es imposible.

Este mismo martes la ministra portacoz decía que lo importante no son las "diferencias" que hay entre los partidos, sino lo que puedan tener en común. No es cierto: lo fue en el año 77, cuando, efectivamente, todas las formaciones tenían en común el programa esencial de llevar el país hacia la democracia y, sobre todo, cuando la izquierda era mejor –comparar a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con Felipe González y Santiago Carrillo es directamente insultante, y no estoy defendiendo a los segundos– y, detalle importante, estaba en la oposición.

Pero ahora los partidos llamados a pactar no comparten ni un mínimo esencial que haga posible siquiera plantear una negociación: algunos ni siquiera creen estar en el mismo país que los demás; otros quieren demoler el régimen del 78, pues tienen la seguridad de poder hacerse con el poder en el caos resultante; están los que desean que España se convierta en una falsa federación de taifas prácticamente independientes y los que aspiran a recentralizar competencias en un Estado más fuerte; los hay partidarios de estatalizar la economía y abolir toda propiedad privada que no sea el chalé de Galapagar, y hasta los hay tibiamente liberales… Dicho de otro modo: ¿qué pueden pactar ERC y Ciudadanos? ¿A qué acuerdos llegarían el PNV y Vox? ¿Qué medidas económicas firmarían en un mismo papel Unidas Podemos y el PP?

Por supuesto, esto lo saben Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e Iván Redondo, y si de algo no podemos acusar al presidente, a sus aliados y sus asesores es de inocencia idealista, así que detrás de esta propuesta no hay ni más ni menos que lo evidente: una burda trampa para obligar a la oposición a ligar su destino al de un Gobierno absolutamente desastroso o para culparla de los gigantescos errores de gestión cometidos durante la crisis. No hay más, no puede haber más y no va haber más: este gesto grandilocuente es exactamente lo que parece: una engañifa, otro fraude, una estafa que deja al timo de la estampita en un honesto intercambio comercial. Al lado de Sánchez e Iglesias, los trileros son honrados hombres de bien que sólo entretienen a niños y mayores.

Lo malo de esto es que la derecha española es especialista en caer en las trampas más burdas y evidentes, y lo peor es que un centro desorientado y presa de la necesidad de diferenciarse es el cliente más propicio del mundo para un timador sin escrúpulos como Sánchez. Pero el pacto que ofrece Sánchez es tan fake y sus mentiras son bulos de tal magnitud que esperemos que la oposición, por una vez, no participe alborozada en la excavación de su propia tumba.

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