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Carmelo Jordá

Profesionales del 'refugiadismo'

Toda la preocupación y toda la indignación les entran cuando el mal ya está hecho, qué mala suerte.

Que hay que ser solidarios con los refugiados, los de verdad, es algo que creo que ninguna cabeza medianamente bien amueblada puede rechazar. La experiencia del Holocausto, por poner el que seguramente sea el ejemplo más extremo, debería habernos enseñado para siempre que abrir las fronteras a los que están perseguidos en sus países puede ahorrarnos después escenas de un horror que previamente nos habría parecido inimaginable.

Dicho lo anterior, hay que deslindar bien lo que es un refugiado de lo que no lo es. Alguien que emigra en busca de un futuro mejor para sí mismo y para sus descendientes me merece todo el respeto del mundo, pero no creo que deba llamársele ni –mucho menos– darle la condición de refugiado. Los nombres de las cosas tienen importancia por varias razones, y la primera de ellas es que el empleo incorrecto de las palabras acaba devaluándolas, que es algo que sinceramente creo está pasando con refugiado, aunque todavía no sea tan evidente como con fascista, que ya es un término completamente vacío.

También tengo que decir que las exhibiciones públicas de solidaridad suelen generarme un profundo desagrado. Cuando, en lugar de ocuparte por hacer cosas, tu preocupación es que se te vea haciéndolas o, peor aún, anunciar a bombo, platillo, pancarta y tuit que las vas hacer, está claro que lo tuyo no es ayudar de verdad. Esta es la actitud habitual de nuestra querida izquierda y de muchos de esos profesionales del socorro que en el fondo no son más que grandes figurantes, siempre a la caza del telediario.

Pero hay otro rasgo que aún es peor en todos estos falsos amigos de los refugiados: nunca, nunca, nunca se acuerdan de ser solidarios cuando realmente esa solidaridad puede provocar un cambio real. Ni una vez les verás demandar que, en lugar de ayudar a las víctimas, se trate de impedir que lleguen a adquirir esa penosa condición. Toda la preocupación y toda la indignación les entran cuando el mal ya está hecho, qué mala suerte.

Es más, allí donde la comunidad internacional ha intervenido para evitar una situación dramática como la que vive ahora Afganistán, todo ha sido rasgarse las vestiduras, llantos y manifestaciones por la paz. Ay, la paz, qué cara les va a salir ahora a los afganos.

De hecho, es tal su rechazo a que se actúe cuando es el momento y las cosas quizá tengan remedio, que uno diría que todos estos profesionales del refugiadismo están muy interesados en los refugiados, sí, pero sobre todo en crearlos.

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