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Cristina Losada

A quién votar es casi lo de menos

Mientras no crezcan los grupos, las asociaciones y las voces que defiendan de forma articulada sus intereses y sus ideas frente al poder y la partitocracia, los partidos apenas sentirán la presión.

El siguiente artículo ha sido solicitado al autor por los oyentes de Es la Mañana de Federico.

Desde las elecciones de 2008 y el acomodo de Rajoy en el ministerio de la oposición simpática, no hay cuestión que atribule más al liberal conservador medianamente exigente que la de decidir a quién premiar con su voto. O a quién castigar, que viene a ser lo mismo. ¿Es Zapatero el mal mayor y hay que ir al voto útil? ¿De qué sirve que gane el PP si mantiene lo esencial del legado socialista, no hace ninguna reforma profunda y pacta con los nacionalistas? ¿Será el partido de Rosa Díez la solución al dilema? ¿Tal vez la abstención? ¿Y la moneda al aire? El laberinto del votante discurre por esos y otros interrogantes similares sin que encuentre salida fácil. Ninguna opción satisface por completo. Es el momento de cambiar de pregunta.

La nueva cuestión es más compleja, pero más importante. Se trata de cómo lograr que el partido afín, lejos de rebajar y alterar sus principios en la vana esperanza de desmovilizar a los contrarios, que eso están haciendo desde Génova 13, responda a las demandas de sus votantes. De aquellos que las tienen, claro, pues los hay que se contentan con que gobiernen los suyos y les da igual lo que hagan. En este punto, el de cómo influir en el partido de referencia, topamos con varios problemas estructurales y, sobre todo, con uno: la debilidad, por no decir inexistencia, de la tan mentada sociedad civil.

La izquierda y el nacionalismo cuentan con una, aunque falsa. Son organizaciones pantalla, correas de transmisión y titiriteros subvencionados, pero dominan el cotarro. Su única labor es ayudar al partido matriz a conquistar a la opinión pública y a denigrar y perseguir al adversario. Por otro lado, en el campo opuesto a ambos, lo que hay es independiente y noble, pero tremendamente escaso. Y padece, casi siempre, la hostilidad añadida del PP, ¡cráneos privilegiados!

Se me dirá que el único mensaje crítico que entiende un partido político es el voto de castigo. Y es verdad. Pero mientras no crezcan los grupos, las asociaciones y las voces que defiendan de forma articulada sus intereses y sus ideas frente al poder y la partitocracia, los partidos apenas sentirán la presión y el elector se verá abocado, una y otra vez, al dilema de antes, o sea, al de ahora. Si hay que esperar a las elecciones, ya es demasiado tarde.

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