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Cristina Losada

De la bravuconada a la imposición

A nuestra izquierda le pone la mano dura. Siempre que sea la suya. Pero los autoritarios, ya se sabe, son los otros.

A nuestra izquierda le pone la mano dura. Siempre que sea la suya. Pero los autoritarios, ya se sabe, son los otros.
EFE

La pauta es conocida. Sin informes sobre su previsible eficacia, sin negociar con otras administraciones y sectores afectados, el Gobierno pone en el BOE medidas coercitivas, cuyo incumplimiento puede acarrear sanciones astronómicas. No estamos hablando de un plan de ahorro energético medianamente estructurado. Hablamos de una ensaladilla confeccionada para dar satisfacción rápida a los requerimientos de ahorro de la Comisión Europea. Cierto, ahora lo llaman ahorro; antes dijeron algo más próximo a la verdad, pero políticamente indigesto: racionamiento.

De la bravuconada de la ministra Ribera, "no nos pueden exigir un sacrificio sobre el que no nos han pedido opinión previa", no quedan ni las raspas. Como el valentón del soneto de Cervantes, que "caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada", así la ministra transitoria. Queda únicamente el rastro de lo dicho y el contraste con lo hecho. El Gobierno no ha pedido opinión previa a nadie para establecer unas obligaciones que afectarán a otros y que tocará a otros aplicar. No hablemos de quién sancionará a un establecimiento que tenga la puerta abierta en un momento dado. Pero el miedo a las multas ya circula. Con motivo. Reciente está la experiencia. Inconstitucionales, pero cayeron.

Se ha cortado un solo patrón, el mismo para todas partes, con cero margen de flexibilidad y adaptación. Igual para La Coruña que para Jaén, para una calle comercial que para una residencial, para una capital que para una aldea. Es, de nuevo, la pauta conocida. La conocida en la pandemia. Y, otra vez, como entonces, son egoístas e insolidarios los que disientan; los que protesten por una forma de actuar, que se ha hecho adicta a la excepcionalidad y a un modo de gobernar que oscila entre lo autoritario y lo inepto.

Egoísta, salvo que seas el gobierno vasco, que ha dado a entender que no pondrá una policía de los termómetros. O el alcalde de Vigo, quien el mismo día - el mismo día - del decreto de ahorro, inauguró la puesta de sus mayestáticas luces navideñas. Unos once millones de leds, unas 500 horas de encendido la campaña pasada. ¡Que se vean bien desde el espacio! Va a ponerlas una hora menos, y ya está. Ni hace falta: dijo Ribera que con las luces ornamentales no hay problema. Objetivo cumplido y cumplida la ley. La ley del embudo.

Europa nos lo pide, salmodia el presidente. En todos los países europeos han tomado las mismas medidas, replican los coros y danzas a los que toman por ignorantes cavernícolas. Bueno, depende. Hay de todo. Pero un decreto de ámbito nacional, sin escuchar, sin negociar, no ha sido, en general, el procedimiento. El gobierno federal de Alemania, el país más dependiente del gas ruso y más perjudicado en caso de un corte de suministro, no ha impuesto restricciones obligatorias. Qué casualidad. Cuando hay dos vías posibles, la de recomendar y apelar a la responsabilidad y la de imponer y sancionar, el Gobierno español opta por la segunda. De forma sistemática. A nuestra izquierda le pone la mano dura. Siempre que sea la suya. Pero los autoritarios, ya se sabe, son los otros.

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