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Cristina Losada

El banquete de los “frugales”

En la vieja Europa, en el núcleo duro de la Unión, son pocos los que se atreven a señalar a los ganadores y perdedores del acuerdo sobre el fondo de recuperación.

En la vieja Europa, en el núcleo duro de la Unión, son pocos los que se atreven a señalar a los ganadores y perdedores del acuerdo sobre el fondo de recuperación. A la hora de valorar los consensos europeos suele decirse –otro consenso más– que todos ganan y nadie pierde. Pero aquellos que sí se lanzan a distinguir entre victoriosos y derrotados colocan a Mark Rutte en la avanzadilla de los que han salido ganando de la larga y tensa cumbre en Bruselas. El primer ministro holandés fue la cabeza más visible del grupo de cuatro países –a los que se sumó Finlandia– que eligieron el nombre de "frugales" como santo y seña de sus posiciones. El nombre con el que se identificaron no habrá que darlo por casual. Está seguramente bien pensado para dotar de acento virtuoso a las pretensiones del grupo.

Tendemos a moralizar la política, eso es así y tiene poco remedio. El puro conflicto de intereses resulta en exceso descarnado y hay que revestirlo, como siempre se ha hecho, de argumentos que apelan a grandes valores. Pero no hay obligación de dar por buenos, sin más, esos envoltorios. Al contrario. También y especialmente en este caso. Aunque tuvieran razón los frugales, no hay por qué hacer de ellos héroes de la virtud en lucha contra el vicio. No es necesario canonizarlos –ni demonizarlos–. Sus posiciones, igual que las de otros, obedecían a sus propios intereses, y tanto de país como electorales, que son los más perentorios.

El primer ministro holandés, por ejemplo, tiene elecciones en marzo y sufre bajo una presión populista que es, como suele, euroescéptica. Ahora, esa presión se encarna en Thierry Baudet, líder joven, atractivo y rompedor del partido que promete desbancar al de Geert Wilders. Hacer de negociador duro en la cumbre de Bruselas puede ayudar a Rutte en ese contexto. Acusado por Viktor Orban, en una de las reuniones de la cumbre, de tenerle odio a Hungría, el primer ministro fue claro como el agua sobre cuáles eran los valores que representaba allí:

No estamos aquí por que queramos seguir viéndonos en las fiestas de cumpleaños de cada uno de nosotros. Estamos aquí para defender los intereses de nuestro propio país. Todos somos profesionales.

Los más partidarios de la Unión quizá lamenten que a las negociaciones europeas cada cual vaya con su propio interés egoísta, pero es así como funcionan las cosas y tampoco hay procedimiento mejor. Por eso, como en todo trato, hubo regateo, y los que se oponían a las exigencias de los "frugales" pudieron comprarlos con un aumento notable de sus cheques de compensación, cheques que muchos países, tras la salida del Reino Unido, querían abolir. Y, sí, con algunas concesiones de orden simbólico. El freno de emergencia, una de ellas, nadie piensa que se vaya a utilizar alguna vez, pero los primeros ministros frugales podrán presentarlo, en sus respectivos países, como un derecho de veto. Todo, por tanto, en orden. En el orden habitual. No fue por virtud, fue por el propio interés, y no hay nada de malo en ello. Son las reglas del juego.

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