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Cristina Losada

El jardín de las nacionalidades

El partido Ciudadanos quiere reabrir el debate sobre uno de los asuntos más discutidos hace cuarenta y tantos años.

El partido Ciudadanos quiere reabrir el debate sobre uno de los asuntos más discutidos hace cuarenta y tantos años.
La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. | EFE

¿Jardín o berenjenal? El partido Ciudadanos quiere reabrir el debate sobre uno de los asuntos más discutidos hace cuarenta y tantos años. En una proposición no de ley, plantean extraer el término nacionalidades del artículo 2 de la Constitución, y también el de regiones, para dejar en el texto sólo un par de categorías: las diecisiete comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas. La propuesta viene al hilo de las declaraciones de líderes del PP que se metieron de hoz y coz en ese jardín, y su propósito político inmediato es obligar a los populares a retratarse sobre esta cuestión en la campaña de las andaluzas.

No es un propósito demasiado oculto. El anuncio lo hizo Arrimadas en Sevilla, en la presentación de su candidato. Dijo allí que la expresión "nacionalidades y regiones" genera autonomías de primera y de segunda, y que "siempre se ha puesto a Andalucía en los territorios de segunda". Lo de que la redacción del artículo 2 conduce a una jerarquización diferente de las autonomías es cierto, aunque ya no tanto. En el último ciclo de reformas estatutarias, no pocas optaron por redefinirse para pasar de segunda a primera división. De hecho, Andalucía ha pasado de considerarse una de las nacionalidades a definirse como "nacionalidad histórica".

La carrera por acceder a la división de las nacionalidades ha sido posible porque la extraña criatura está incrustada en la Constitución, pero el desencadenante fue el famoso estatuto catalán impulsado por Zapatero y Maragall, aquella idea de cráneos privilegiados que iba a ser la solución definitiva y que está en el origen de tantos problemas. No se puede comparar el grado de inconsciencia, pero en el debate constitucional de 1978 también hubo próceres que padecieron de poca visión. Singularmente aquellos que, como el portavoz socialista, pensaron y dijeron que la fórmula de las nacionalidades podía resolver "de manera definitiva la problemática de la organización territorial". No hace falta decir cuánto se equivocaron.

Quien repase aquel debate encontrará una curiosa coincidencia: tanto los favorables como los contrarios sostuvieron que nacionalidad y nación eran sinónimos. Lo dijo Fraga, entre los contrarios. Lo dijo Peces-Barba, entre los favorables. Lo dijo Roca, también a favor. El que se ocupó de analizar el problema con mayor rigor lógico fue el senador y filósofo Julián Marías, que estaba en contra. Pero su alternativa no hubiera estado exenta de riesgos: propuso introducir "regiones y países". Menos mal que la Constitución dejó claro que el sujeto de la soberanía es el pueblo español.

No lo veremos, pero un nuevo debate tendría ahora el interés de mostrar cómo ha influido todo lo que ha pasado desde entonces con las autonomías y, sobre todo, con el separatismo. Nacionalismos que en 1978 decían, como dijo Pujol, que no querían trato de favor, sino reconocimiento, y manifestaban voluntad de integrarse en el "conjunto español", después cruzarían la raya hacia territorios de los que no se vuelve. De modo que hoy, para el separatismo, lo de las nacionalidades es un juguete roto. La criatura que se gestó pensando en sus ansias identitarias ahora no les interesa ni les sirve. Ya no. Ahora sirve únicamente para que las autonomías, por eso de que nadie quiere ser menos que nadie, pasen todas a la división de las nacionalidades. Y como nadie puede decir exactamente qué es, viene a ser una división fantasma.

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