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Cristina Losada

La nueva era del diputado Rufián

En números de contorsionismo y giros acrobáticos, Rufíán ya puede competir con el que más. Aunque siempre le va a ganar Sánchez.

En números de contorsionismo y giros acrobáticos, Rufíán ya puede competir con el que más. Aunque siempre le va a ganar Sánchez.
Adriana Lastra y su socio Rufián. | EFE

El diputado Rufián dice que entramos en una nueva era. Es verdad que las nuevas eras abundan, se encuentra a la vuelta de cualquier esquina, y se inauguran y liquidan con pasmosa rapidez. Aun así, con todas las facilidades que hay para que las nuevas eras tengan algún tipo de existencia, la que acaba de anunciar Rufián, dando ya la bienvenida, como anfitrión o como portero de noche, tiene más de un parecido con la era de siempre. De siempre, los Gobiernos de España a los que faltan votos en el Congreso han buscado el apoyo de partidos nacionalistas y pagado el precio. De siempre, esos partidos han tenido un proyecto separatista, fuese en el cajón, para tiempos mejores, o sobre la mesa, para ya mismo.

Los recién llegados a la política nacional suelen creerse su propia propaganda, quizá por pura vagancia, y es muy posible que den por cierto que hasta su entrada en escena no había más que aburrido y corrupto bipartidismo. Pero el bipartidismo en España fue siempre imperfecto: imperfectísimo. Por esa imperfección, los partidos nacionalistas han tenido más peso en la política nacional y en las políticas del Gobierno central que el que correspondía. La nueva era, según Rufián, es que el Gobierno ha tenido que pactar con el separatismo de izquierdas vasco y catalán. Ahí tiene un punto. El pacto con los sucesores de ETA sí inaugura una nueva era tenebrosa. Con Esquerra, en cambio, hay precedentes. Zapatero, ¿quién si no?, pactó. Fue investido con sus votos en 2004 y tuvo su apoyo para los Presupuestos. También el de IU, aunque entonces Gaspar Llamazares matizó que votaba tapándose la nariz. Era el instante del tripartito catalán, el de Maragall y Carod, justamente la fórmula que ahora, con algún cambio, se piensa reeditar. La Esquerra no hace más que navegar hacia ese puerto.

Cuando aquel partido nacionalista catalán que era Convergència dejó de ser lo que aparentaba, quedó una vacante. Quedó libre el papel de nacionalista moderado corresponsable de la gobernabilidad que le había permitido arrancar ventajas y privilegios. Ese papel lo quiere ahora Esquerra, y está tratando de vender a su gente que no por ello deja de ser tan extremosa, separatista y republicana como era. No presumirá Rufián de moderación, eso no, pero ya dice que su partido es “útil”. Ayuda Iglesias, que pone de ejemplo a ERC y Bildu como partidos con sentido de Estado. Así, el diputado que, durante el golpe separatista de 2017, puso el tuit de las 155 monedas de plata, llamando traidor a Puigdemont, ahora reta al mundo a que le llamen traidor las veces que haga falta. Qué prodigios alumbra la necesidad política. En números de contorsionismo y giros acrobáticos, Rufíán ya puede competir con el que más. Aunque siempre le va a ganar Sánchez.

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