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Cristina Losada

¡No criminalices! 

Hemos pasado de promover la responsabilidad individual, cosa decimonónica, a propulsar la victimización general.

Hemos pasado de promover la responsabilidad individual, cosa decimonónica, a propulsar la victimización general.
Uno de los vándalos que están arrasando Barcelona estos días. | EFE

Estos santos días de disturbios se vuelve a pedir que no se criminalice a todos los que fueron a manifestarse a causa de unos pocos violentos. Por qué se criminaliza a todos cuando se condena a los violentos es algo que no se molestan en explicar los de la petición, petición que en éste y otros muchos casos es recurrente. No lo explican simplemente porque no hay explicación. El llamamiento a no criminalizar es una fórmula de éxito para desacreditar, sin que se note, toda crítica a una conducta reprobable o delictiva de la que uno no quiere  desmarcarse. 

No se dice: los violentos tienen razón, son de los míos y estoy con ellos. No se dice: miren, mis votantes o mis espectadores simpatizan con los disturbios de ese tipo, así que no esperen que diga nada en contra. En su lugar, se avisa de que al condenarlos se puede cometer la terrible injusticia de condenar a inocentes: los que fueron de buena fe y no hicieron nada malo. O, peor todavía, que se puede cometer la tropelía de condenar todas las protestas. Con el pretexto de no incurrir en esas injusticias horrorosas, a lo que invitan estas peticiones de apariencia respetable es a no condenar aquello que merece condena social y política. No critiquemos a una parte para no criminalizar a todos es el modo encubierto de rechazar la crítica a los causantes de los disturbios.

El uso y abuso del verbo criminalizar no queda ahí. Basta un vistazo retrospectivo a las noticias. Una búsqueda de “están criminalizando” arroja un resultado devastador. Durante la epidemia, ha habido criminalizaciones sin cuento: se ha criminalizado a los jóvenes, a los estudiantes, a la hostelería, al sector del ocio y a los comercios, entre otros. Es decir, se ha acusado a las autoridades o a la sociedad, o vaya usted a saber a quién, de criminalizarlos. Pero es que ya veníamos con el abuso puesto. Una ojeada rápida muestra un sinfín de grupos sociales, derechos o actividades supuestamente criminalizadas, desde las protestas sociales y la pobreza hasta los niños de la Cañada (criminalizados por Ayuso). Todo ello sin que esos grupos, derechos o actividades se consideren criminales o delictivos por ley. Podían decir que se estigmatiza, pero criminalizar es más estruendoso y fácil. Estigmatizar se lo reservan los sofisticados.

Hay posiblemente un cambio de valores detrás de este gusto por denunciar tanta criminalización que no es tal. Hemos pasado de promover la responsabilidad individual, cosa decimonónica, a propulsar la victimización general. Ahora hay más incentivos para presentarse como víctima (del sistema, de la sociedad, etc.) que para no hacerlo. Las políticas de identidad, dedicadas a la identificación y creación de grupos de víctimas (de la opresión, la discriminación, etc) que deben ser compensadas, han hecho su trabajo. Cuando se dice que se está criminalizando a alguien o algo se entra en el recinto sagrado que configura la victimización. El problema es qué pasará si seguimos a este ritmo, y todos y cada uno somos víctimas de los demás. Y, naturalmente, criminalizados por ellos.

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