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Cristina Losada

Pactar o no pactar, ¿es esa la cuestión?

De los dos posibles facilitadores de la investidura de Díaz, el más tentado a pactar es Podemos. Esto a día de hoy, que mañana Iglesias dirá.

De los dos posibles facilitadores de la investidura de Díaz, el más tentado a pactar es Podemos. Esto a día de hoy, que mañana Iglesias dirá.

La fragmentación del voto entre cuatro partidos abre la interesante cuestión de qué quieren los votantes, aparte, claro está, de castigar a los malos, premiar a los buenos y que todo vaya mejor. Uno de los enigmas del asunto es si tal fragmentación refleja un deseo de mayor diálogo, negociación y transacción, esto es, de que haya pactos entre distintas fuerzas políticas. O si, por el contrario, refleja el deseo de una mayor pureza, de más intransigencia y más resistencia a las cesiones necesarias para llegar a un compromiso, y por tanto, nada de pactos ni a babor ni a estribor.

Algunos intérpretes demoscópicos arguyen a favor de la primera opción, apoyados en que los votantes dicen preferir un mapa político que sea un menú variado y largo, sin ningún partido hegemónico, al de los dos platos y punto de siempre. La fragmentación sería así una manera de decir a los partidos ¡pónganse de acuerdo!, y de forzarles a ello. Siempre, por supuesto, con la curiosa apostilla de que no han de perseguir su propio interés, sino el interés de los ciudadanos. Como si cada partido no tuviera la razón de su existencia, justamente, en disponer de una visión propia de cuál es el llamado interés general.

Yo, de momento, sigo en la escalera del gallego: no sé si voy a subir (a creerme que la fragmentación refleja un deseo de pactos) o a bajar (que no, que no me lo creo ni los que lo dicen tampoco). En resumen, me reservo hasta que, como Santo Tomás, vea una prueba que me convenza. Una prueba como la que proporcionará enseguida la solución del sudoku andaluz. Porque el problema de Susana Díaz es todo un campo de pruebas y todo un campo de minas tanta para ella misma como para los partidos emergentes. Es ahí donde primero se verá cómo respiran ante los pactos y cuál es la reacción del electorado.

De los dos posibles facilitadores de la investidura de Díaz, el más tentado a pactar es Podemos. Esto a día de hoy, que mañana Iglesias dirá. Lo que ha dicho la número uno del partido en Andalucía es que "ahora" sólo exigen "gestos sencillos, que son de coste cero". Tal vez, pero en política no hay nada que tenga coste cero. Y el coste que afronta Podemos si pacta con el PSOE andaluz no es insignificante: se instalaría como el recambio de Izquierda Unida. Es un papel que le corresponde de forma natural, pero no es el papel al que aspiraba, y además es de alto riesgo, como muestra el estado en que quedó la propia IU andaluza. Aunque es muy posible que su electorado entienda un pacto con Díaz, como espera Teresa Rodríguez, también es muy posible que acentúe la ya visible tendencia a la reducción de sus votantes.

Hay una norma general respecto a los pactos de gobierno: no premian a todos los partidos implicados. A veces, no premian a ninguno. Y yo me temo que en España estamos más en el segundo caso. Pese al deseo, tantas veces manifestado, de que los partidos se pongan de acuerdo, dialoguen y sean amiguitos, cuando hay pactos, cesiones y compromisos la primera y visceral reacción es ver quién se ha bajado los pantalones. El pacto que más gusta es el que no se ha hecho (o el que se mitifica años después). Los partidos en edad de merecer deberán tenerlo en cuenta.

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