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Daniel Pipes

Comprender el Egipto post-Mubarak

Aunque tanto la modernidad de la Plaza de la Liberación como el salvajismo de la Hermandad Musulmana tienen importancia a largo plazo, con toda probabilidad el ejército va a seguir gobernando Egipto

Mientras Egipto entra tambaleándose en una nueva era, un vistazo a sus complejidades y sus sutilezas ayuda a comprender el probable rumbo del país. Algunas reflexiones sobre cuestiones clave.

El espíritu de la Plaza de la Liberación es real y dinámico pero está muy alejado de los entresijos del poder. Las ideas revolucionarias: que la administración pública está para cubrir las necesidades de la población, no al revés; que los gobernantes deben ser elegidos por la población; y que los particulares tienen dignidad y derechos inherentes han calado por fin entre una parte importante del país, y entre los jóvenes sobre todo. A largo plazo, estas ideas pueden obrar maravillas. Pero por ahora, son ideas disidentes, firmemente excluidos de la administración cotidiana.

El gobierno militar va a continuar. Los soldados no se hicieron con el poder con la marcha de Hosni Mubarak hace dos meses, se hicieron con el poder en 1952. Fue entonces cuando el movimiento de los Oficiales Libres derrocó a la monarquía constitucional y ocupó la administración del estado. Un alto funcionario militar siguió a otro –de Naguib a Nasser pasando por Sadat, Mubarak y Tantawi– en una sucesión ininterrumpida durante más de 59 años. Con el tiempo, el ejército amplió su control del ámbito político al económico, fabricándolo todo, desde televisiones a aceite de oliva y haciéndose con el control de una porción importante de la riqueza de Egipto. Los soldados se han acostumbrado demasiado al poder y la buena vida para renunciar a estas dietas. Harán lo que haga falta, sea purgar al régimen de Mubarak, encarcelar a sus hijos, prohibir su vieja formación política, alterar la constitución o reprimir la disidencia para conservar el poder.

El ejército no es secular. Desde los orígenes más distantes del movimiento de los Oficiales Libres de los años 30 hasta la reciente reinstauración de la sharia (ley islámica) como "principal fuente de legislación", la cúpula militar egipcia siempre ha manifestado una orientación islamista. Más concretamente, el grupo de los Oficiales Libres salió del ala militar de la Hermandad Musulmana y a lo largo de décadas ha competido con el ala civil. Como escribe la analista Cynthia Farahat en el Middle East Quarterly, su rivalidad "no debe interpretarse como una lucha entre una dictadura secular y autocrática y una dictadura de aspiraciones islamistas, sino como una lucha entre dos grupos rivales ideológicamente parecidos, por no decir idénticos, escindidos de la misma fuente".

La Hermandad Musulmana no es el factor más relevante. La organización adolece de graves problemas. En primer lugar, los islamistas exaltados y violentos la desprecian. Al Qaeda la criticaba hace poco por celebrar elecciones y la ridiculiza por situarse en la vía a ser "secular y vincularse falsamente con el islam". En segundo lugar, la hermandad es débil sobre el terreno. Hesham Kassem, de la Organización Egipcia de Derechos Humanos, apunta que sus filas no superan las 100.000 personas, lo que en un país de 80 millones de habitantes se traduce en que "no es realmente un movimiento representativo popular", sino una institución mimada que se beneficia de ser tolerada, a diferencia de otras. La rivalidad política genuina debería de reducir su atractivo.

Por último, entender la política egipcia significa entrar en el doble juego característico de Oriente Próximo (como las políticas iraquí y siria), la partida que juega el ejército y la de los islamistas. Observe sus elementos opuestos.

La cooperación militar-islamista rutinaria. El ejército, destaca Farahat, "ha entrado en connivencia sutil con los islamistas frente a los compatriotas de inclinación más democrática y las minorías religiosas, coptos en particular". Uno de muchos ejemplos, el 14 de abril, una conferencia de derechos humanos que criticaba al ejército por juzgar a civiles en tribunales militares fue interrumpida en dos ocasiones. Primero por un comisario de la policía militar preocupado por "las mujeres de vestimenta indecente" y la segunda vez por un grupo de islamistas enfurecidos por ponerse al ejército en tela de juicio. ¿Quién es quién? Los papeles se han vuelto prácticamente intercambiables. De igual forma, la nueva cúpula militar permitió a los islamistas formar partidos políticos y puso a miembros de la Hermandad en libertad. Por contra, Mohamed Badei, el líder de la Hermandad, elogiaba al ejército y su organización apoyó el referendo del ejército en marzo.

El Gobierno explota el miedo a la Hermandad Musulmana. El ejército está rentabilizando los temores a un golpe islamista, tanto nacionales como extranjeros. Esta perspectiva justifica no sólo su propio control de Egipto mantenido en el tiempo, sino que también justifica sus excesos y su crueldad. Los militares han aprendido a jugar con los islamistas como un yoyó. Por ejemplo, en el año 2005 Mubarak permitió astutamente la presencia de 88 Hermanos Musulmanes en el Parlamento; esto puso de relieve simultáneamente los riesgos de la democracia y volvió indispensable su propia tiranía. Habiendo demostrado esta idea, en las elecciones de 2010 permitió la presencia en el Parlamento de un único miembro de la Hermandad Musulmana.

En resumidas cuentas, aunque tanto la modernidad de la Plaza de la Liberación como el salvajismo de la Hermandad Musulmana tienen importancia a largo plazo, con toda probabilidad el ejército va a seguir gobernando Egipto, implantando únicamente cambios cosméticos.

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