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EDITORIAL

El MIR y el separatismo

Este nuevo escándalo confirma por enésima vez que el inmoral Pedro Sánchez está dispuesto a lo que sea para permanecer en el poder.

Uno de los muchos problemas que va a tener el Gobierno en sus negociaciones con los separatistas catalanes es que estos no parecen dispuestos a dejarle mentir si eso les perjudica ante su electorado, así que las maniobras evasivas y las cortinas de humo como las de la patética Carolina Darias en el asunto del MIR van a servir de muy poco.

Es evidente que Darias está mintiendo una vez más y que el Gobierno está dispuesto a negociar la ruptura de un sistema que, en palabras de la propia ministra, "cohesiona y vertebra a toda la sanidad en España".

Este nuevo escándalo confirma por enésima vez que el inmoral Pedro Sánchez está dispuesto a lo que sea para permanecer en el poder, no importa si se trata de concesiones circunstanciales o de transformaciones sustanciales que impliquen un cambio político, social o económico profundo y difícilmente reversible.

Así las cosas, resulta profundamente perturbador que numerosos españoles, entre ellos una gran mayoría de la clase política, sigan sin querer ver que ninguna negociación que no reconozca sus demandas últimas satisfará a los separatistas, y que todo aquello que se les entregue despejará el camino a su proclamado objetivo de destruir la Nación. En efecto, cada nueva concesión no es un simple mal paso, mucho menos un avance hacia la vuelta a la normalidad institucional, sino otro avance hacia un nuevo 2017.

Otra cosa pavorosa que muchos se niegan a ver es que el separatismo catalán está dispuesto a lo que sea para lograr su ominoso fin. No en vano es un yonqui del cuanto peor, mejor.

El asunto del MIR es un ejemplo perfecto. Evidentemente, un MIR distinto al del resto de España y cerrado sólo para los catalanes no haría sino degradar aún más el sistema sanitario catalán. No hay proyecto totalitario que no sea empobrecedor y el separatismo lo es; en todos los órdenes, no sólo en lo económico: también culturalmente, deportivamente –imaginen una liga de fútbol catalana y el futuro internacional del Barça–, sanitariamente y, por encima de todo, moralmente. Por desgracia, en España tenemos no uno sino dos ejemplos principales –el País Vasco y la propia Cataluña– de la corrosión que provocan el nacionalismo… y quienes, como Sánchez, lo ceban sin la menor vergüenza.

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