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EDITORIAL

El Rey sigue donde estaba

Don Felipe tiene bien claro que su gran misión es la defensa de la Nación, que tiene por enemigos a los mismos que quieren acabar con la Monarquía.

Como viene ocurriendo en los últimos años, la primera valoración del discurso navideño del Rey se puede hacer observando la reacción que provoca en quienes odian a España: si los separatistas han montado en cólera es que fue bueno.

Lo cierto es que los márgenes en los que se mueve Felipe VI en sus mensajes institucionales son más estrechos de lo que a algunos les gustaría.De hecho, el Rey debe medir mucho sus palabras si quiere que en jornadas cruciales como la del 3 de octubre de 2017 sus intervenciones gocen el enorme impacto que tuvo aquel discurso ya histórico.

Con todo, el lunes Don Felipe supo ser contundente en asuntos del mayor interés. Repárese, sin ir más lejos, en su defensa rotunda y categórica de la Transición, que está siendo sometida a un ataque despiadado por parte de los enemigos de las libertades y de España. El Rey consideró necesario destacar que fue uno de los grandes logros de la Nación en los últimos siglos, y que en ella se sentaron las bases para la época con más desarrollo, prosperidad y libertad de nuestra historia.

También se mostró categórico al sentenciar que la convivencia sólo es posible dentro de la Constitución. Don Felipe resaltó con acierto que el respeto a las normas, y especialmente a la más importante de ellas, es condición sine qua non para el mantenimiento de la democracia y las libertades. Un mensaje claro a los separatistas y a todos aquellos que creen que se pueden hacer cambalaches con los golpistas y demás fauna liberticida sin acabar pagando un precio altísimo.

Don Felipe afirmó que la convivencia es "incompatible con el rencor y el resentimiento", palabras que de nuevo parecieron destinadas a los separatistas, intrínseca y ominosamente guerracivilistas, pero que también se podrían dirigir contra todos los que quieren hacer de la sociedad un caótico revoltijo de grupos estancos cebados por la animadversión al otro, no considerado prójimo: contra el feminismo más liberticida, con su tóxica fobia al varón, o contra los populistas del potentado Pablo Iglesias, que vive magníficamente en su mansión excitando el odio de "los de abajo" hacia "los de arriba", por poner dos ejemplos de manual.

Hubo además referencias a otras cuestiones muy en boga, como el cambio climático, en las que el monarca estuvo mucho más políticamente correcto, pero, por las limitaciones referidas, tampoco es que se le puedan pedir ahí demasiadas heroicidades. Ha habido quien echó en falta más contundencia por parte del monarca en los asuntos descritos en los párrafos precedentes; pero cabe perfectamente dar un voto de confianza a su manejo del criterio de oportunidad, pues las líneas maestras del antológico discurso del año pasado eran perfectamente identificables.

Lo esencial es que se pudo comprobar una vez más que Don Felipe no sólo es un monarca perfectamente preparado y con una extraordinaria capacidad de comunicación, sino que tiene bien claro que su gran misión es la defensa de la Nación, que tiene por enemigos a los mismos que quieren acabar con la Monarquía. Ojalá lo tuviera tan claro toda la clase política tenida por constitucionalista, empezando por el PSOE de un Pedro Sánchez que debe la jefatura del Gobierno a una execrable alianza de golpistas, comunistas y proetarras.

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